viernes, 30 de octubre de 2009

Hablo de usted, y espero que no tenga constancia de ello

La veo pasar con su sonrisa y/o su cara de circunstancias. Que divertida, no sé con cual de las dos quedarme (¡con ambas, una a cada minuto!). Y hace gracia pero tengo miedo, con esa mirada escondida, esa mirada tan interesante. Esta vez no vuelven como siempre las Oscuras; esta vez será el balcón el que irá a posarse sobre ellas. ¿Qué opinará el poeta de esto? El poeta está muerto y ya no opina. No culpes a la tuberculosis (¡asesina de genios!), si no hubiese sido ella, el tiempo lo habría matado. O tal vez el suicidio, como a todo buen artista.


P.D: El primer paso: negación.

miércoles, 28 de octubre de 2009

El Silencio e Invierno Nuclear, vol.12

No se lo podía creer. No se podría decir que la conociese, pero era increíble de todas formas. Alguna vez había coincidido con ella en la cafetería del hospital, hola y adiós, poco más. ¿Ahora? Ahora había un montón de gente armada buscándola y ella había saltado por aquella ventana. Intimidante. La asustada enfermera consiguió avanzar hacia dicha ventana, para ver que no había un par de cuerpos sanguinolentos destrozados contra el asfalto. Solo unos cuantos tipos trajeados, con curiosas pajaritas, portando armas, que trataban de incorporarse. Nada más. Debería parecerle raro, pero acababa de llegar a la conclusión de que nada podría volver a sorprenderle, aunque no hacía ni dos minutos del momento más asombroso de su vida. Aquella chillona reportera de televisión tenía razón, Invierno Nuclear había estado allí, acompañada además por El Silencio. ¿Cómo debía tomarse ella esto? La gente empezaba a tener una opinión formada sobre el hecho de que un par de personas disfrazadas, fueran repartiendo justicia desinteresadamente en forma de golpes, pero ella no era una de esas personas. Ella era de la minoría que no creía o no quería creer en ellos. Tal vez pensaba que eran algún invento publicitario para una próxima película. Tal vez pensaba que era una invención de borrachos o de niños en un patio de colegio.
De repente uno de esos hombres de curiosas pajaritas asomó por la puerta, la miró, frunció el ceño, le disparó en ambas rodillas, y se marchó.
Gritar no valdría de nada por el momento, pero lo hacía. Mientras se desgañitaba seguía dándole vueltas a la cabeza. Había visto las caras de dos… podrían ser llamados superhéroes, como argumentaban algunos canales de televisión o emisoras de radio que ella no había escuchado nunca. ¿No se supone que eso no debe pasar? Es decir, para eso se cubren el rostro, ¿no?
Fuera del cuarto se escuchaban más disparos y más gritos. Los mismos gritos se prolongaban, así que no debía haber muerto nadie.
Ella se estaba empezando a desangrar por las rodillas, pero no era capaz de pensar en eso, aunque seguía chillando. Tenía la sensación de haber conocido, por breve espacio de tiempo, a alguien increíble. Y eso le parecía muy malo. Llegó a la conclusión de que por culpa de aquella mujer dos balas habían atravesado su cuerpo, lo cual le hizo recordar cuanto le dolía, y esto a su vez le hizo redoblar sus esfuerzos en llamar la atención de alguien por medio de su poderosa garganta.
En la entrada del hospital, aquellos hombres trajeados y armados (de curiosas pajaritas) comenzaban a marcharse, disparando supuestamente al azar a extremidades de los que allí se encontraban. Sin embargo, el foco de la acción se encontraba en el suelo rodeado de una gran mancha de sangre. Tenía la cara desfigurada por un disparo de un arma de calibre medio y hacía no más de cinco minutos era todavía el director del hospital, lugar de la acción. La gente que se encontraba por allí estaba hecha un manojo de nervios. Casi todos miraban fijamente el cuerpo inerte de aquel hombre. Les daba asco, pero lo miraban de todas formas. Algunos comenzaron a vomitar, sin dejar de contemplar el truculento espectáculo de la carne quemada y la sangre derramada. Nadie se atrevía a moverse; esos hombres podrían seguir allí. Era eso, o la sangre demasiado hipnótica como para apartar la vista. Sin embargo alguien debía dar el primer paso; alguien que hubiese escuchado la cortísima pero intensa conversación entre aquel muerto y su ejecutor. Ese alguien miró a su alrededor, y vio gente sufriendo, sangrando, sollozando o llorando directamente. Ese alguien dio un fuerte paso al frente y exclamó:
-¡Todos sabemos de quien es culpa todo esto! ¡Todos sabemos que si esos malnacidos aficionados al carnaval no hubiesen estado aquí nada de esto habría pasado! ¿Quién está conmigo?
Alguna gente asintió temerosa, mientras otra permaneció callada o sangrando. Este alguien prosiguió su alocución, reseñando violentamente el peligro que representaban aquellas dos misteriosas figuras para el común de la población santiaguesa y mundial en general. Más y más gente empezó a unírsele con vítores y aplausos. Mientras él seguía, una chica bastante joven dio un paso al frente, temerosa y comenzó a hablar excusándose:
-Perdón… Me gustaría decir algo. – Todos se volvieron hacia ella al tiempo que aquel hombre interrumpía su discurso – Hace unos días… El Silencio impidió a un hombre violarme. Le estoy agradecida por ello.
Inmediatamente una pareja de ancianos hablaron:
-La semana pasada Invierno Nuclear atrapó a unos hombres que nos habían atracado.
Todavía había más:
-¡El Silencio me salvó de ser atropellado!
-¡Invierno Nuclear redujo a un perro que iba a morder a mi hijo!
-¡Son una amenaza! – Explotó el hombre, enfadado por la interrupción en su discurso - ¿Es que no lo ven? ¡Esos hombres entraron aquí buscando a esa horrible mujer y dispararon contra todos nosotros! ¡Miren a su alrededor, por amor de Dios! ¡Están ante una masacre indiscriminada!
De repente alguien con un tiro en una pierna, que se encontraba en el suelo, se incorporó ligeramente y afirmó con la voz debilitada por un intenso dolor:
-El Silencio e Invierno Nuclear detuvieron una pelea en mi local. Nadie se lo pidió, pero lo hicieron.

martes, 20 de octubre de 2009

Durante esos días el hombre buscará la muerte, pero no la encontrará: buscarán morir, pero la muerte les escapará.
Apocalipsis 9:6

viernes, 9 de octubre de 2009

Joan Bennett, cásate conmigo

En serio, resucita para que pueda convertirte en la madre de mis hijos.

Eres un amor. O lo fuiste.
¿Qué más da? Siempre lo serás.
Fritz Lang lo sabía, y Fritz Lang era un tío listo.

Clases de divagación

Si.
Molan.

sábado, 3 de octubre de 2009

Todo va a terminarse.
Espero que no, pero vamos, que si.