domingo, 19 de diciembre de 2010

Mi persona favorita en el mundo

Solo sé que es una chica si, pero no sé cual.
Solo sé que tengo abandonada últimamente a Invierno Nuclear.

martes, 30 de noviembre de 2010

En muy pocos días se han muerto un productor, un director y sobre todo un actor a los que apreciaba muchísimo. Especialmente con este último me he dado cuenta de que hasta ahora me ha entristecido más la muerte de gente que no conozco que gente que si. A lo mejor es que todavía no se ha muerto alguien que me importe de verdad, o a lo mejor es que los artistas me aportan más como ser humano. Además se van recuerdos de la infancia y me doy cuenta de que me hago mayor cuando mis ídolos se mueren.



Por poner la nota cómica: Ahora estoy pensando en Paul Atreides desmayado dentro de un TIE Fighter y siendo abofeteado por mucha gente.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Me he estado fijando en ella y... Tiene un culo como... Muy de los ochenta, ¿no? Ya sabes, no sé si serán los pantalones que usa u otra cosa pero es un culo muy a lo Linda Hamilton.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear, vol.21: Toda la Mierda se Rompe

Fe de erratas del Especial vol. 20: Tirando para el final se menciona que la cortina de la puerta donde trabaja Lucía Lagos es verde. Esto es total y absolutamente falso, es azul. Ya sabéis, el sitio existe en la vida real. Y ahora disfrutad del nuevo volumen. O no, porque van a pasar cosas chungas.
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-¿Qué coño estás haciendo? – Chilló furiosa a su móvil, mientras se apresuraba a salir del hospital para escuchar mejor. – No me vengas con tus excusas de mierda, tenemos que hablar ya, ¿entiendes? Quítate ese disfraz de mierda y vente a la cueva, estaré allí.
Intentó escuchar, en serio, pero no pudo soportar lo que él tenía que decirle. Podía darle las vueltas que quisiera, pero aquello no estaba ni remotamente bien, así que más tarde se encontraba muy seria y enfadada, de pie delante de Carlos, mientras él, que se había arrojado pesadamente sobre un sofá, le preguntaba con desgana:
-A ver, ¿qué quieres que te diga?
-¿Cómo? No me jodas, destrozaste a aquel pobre tipo y lo sabes. Eso no está bien.
Él se levantó con una rapidez de lo más furiosa y se propuso a recitar más o menos su discurso de siempre, ese que se cree totalmente:
-¿Sabes lo que no está bien? No está bien atropellar a alguien y largarse así por las buenas. ¿Y sabes qué? Soy un puto superhéroe. ¡Mi trabajo es hacer que eso no pase!
Incluso dentro de aquella cueva empezó a arremolinarse ceniza y a levantarse un viento helado tras esa respuesta. Carlos, El Silencio, se volvió a sentar, esta vez más arrebujado en el sofá, mientras ella se remangaba la bata del hospital que todavía no se había quitado y respondía:
-¡Tu trabajo es vigilar cámaras de seguridad en casas!
-Luci, para de gritar o la vamos a tener.
-¡Ya la estamos teniendo! No puedes destrozar así a la gente, ¿por qué no lo cogiste y lo llevaste a la policía o algo?
Él, cada vez más apretado contra sí mismo y sintiendo cada vez más frío, contestó:
-¿Si? Vale tía lista, si voy a la policía me pillan. No queremos eso, ¿verdad?
Ella rió, no sabía si de indignación o de que realmente un comentario tan carente de lógica como ese le había hecho gracia y dijo, con la voz mucho más calmada, haciendo un grandísimo esfuerzo para no calentarse más, sin saber si era porque se estaba asando en su propia piel o para no producir algo en el ambiente de lo que podía arrepentirse más tarde:
-Bueno… Tú lo dices siempre, ¿no?
-¿Qué? – Replicó Carlos sin comprender.
-¡Que eres el puto Silencio! ¡Nadie puede cogerte!
-¿Por qué lo dices como si fuese un insulto?
De repente todo el remolino de cenizas que se había estado formando alrededor de ambos y, en parte el frío, cesó. Lucía se puso en cuclillas, cerca de las rodillas cruzadas de Carlos y dijo, casi susurrando:
-Porque eres tremendamente peligroso, y parece que no te das cuenta de lo que puedes hacer.
Entonces, con uno de esos tonos bajos de voz que denotan una velada amenaza afirmó:
-Soy totalmente consciente de lo peligroso que soy. Totalmente. Esa es la idea.
Ella no pudo más, se levantó de golpe y le gritó:
-¡Vete a la mierda!
Tras gritar eso, Lucía Lagos, Invierno Nuclear, se quedó petrificada. No sabía que iba a pasar a continuación, solo sabía que no iba a gustarle. Él se levantó de un salto, mientras hacía que ella saliese disparada violentamente contra una de las paredes de la cueva y gritaba, con lágrimas en los ojos:
-¡No, vete tú a la mierda joder! – Y diciendo esto utilizó su poder para salir rápidamente de la cueva.
No se hizo mucho daño, no físico al menos. Pero se quedó allí tirada de cualquier manera. Se quedó quieta, muy quieta. Quería gritar hasta desfallecer, pero se limitó a llorar en silencio, como tantas otras veces. Por primera vez en su vida tenía miedo de él. Miedo era poco en realidad. Estaba aterrorizada por lo que pudiese hacerle a ella, pero sobre todo por lo que pudiese hacerle a toda la ciudad. Se maldecía a sí misma por haber discutido con él, por haberse enfadado tanto. Se debatía. Por una parte querría volver atrás inmediatamente para no haberle gritado así, pero por otra parte sentía que había hecho lo correcto. Nunca se había sentido tan rara en su vida. Ni siquiera la primera vez que se disfrazó con aquella peluca y aquella máscara de mierda. Tras unos minutos comenzó a sollozar, sintiéndose cada vez más y más rara y estúpida, mientras temblaba levemente. Lucía Lagos, Invierno Nuclear, se sentía sola.

martes, 12 de octubre de 2010

Cuando tu pc se va...

Cuando tu pc se va, se va una parte de tu vida. ¿Bah, decís? ¿Qué coño es eso de bah?
La música que te ha acompañado toda tu vida se va, un montón de fotos de gente que aprecias y a la que casi no ves se va y lo que llevas escribiendo desde que te preocupas de conservarlo se va, exceptuando lo que hay en esta mierda de blog.

He perdido todas y cada una de las canciones que me hacían llorar y el par de ellas que me hacían reir.

He perdido lo que me llevó a estar a un paso del éxito literario.

Lo he perdido todo.

domingo, 10 de octubre de 2010

Mi problema de madrugada/Tu problema de madrugada

Tengo un problema. Un problema de madrugada.
En ocasiones, de noche, el alcohol me lleva al más absoluto delirio y, mientras van pasando las copas, y las copas, y las copas, y las copas, me invaden las ganas; no, la necesidad; de coger una pistola y ponerla cerca de la cara de la gente que me importa.
Seguramente no te digo nada nuevo. Alguna vez habrás sufrido el frío acero contra tu nuca, atado a mí. ¿Yo? Tal vez me hayas escuchado, ya sabes, esas risas histéricas y sin atisbo de cordura, esas declaraciones de amor de lo más incoherentes y vacías, esas amenazas también vacías, esos arranques de amistad que no me gusta reconocer en público... Todo eso te habrá molestado e incluso asustado, seguramente en más de una ocasión. Y volverá a pasar.
Volveré a sentir la necesidad de desenfundar la pistola de la forma más estúpida y tirada posible.

lunes, 4 de octubre de 2010

Podría deshacerme en llamadas inútiles y gastar así antes la batería del teléfono que apenas uso, pero por una vez quiero respetar esa batería. Me rindo.
Creo que puedo mirar hacia otro lado mientras dejo de imaginarme a donde mira Ella. Porque necesito romper los muros que la encierran, pero Ella no, así que paso.

En definitiva, el plan es que no volváis a escuchar de Ella en un tiempo por aquí, así que decidle hasta pronto, porque si sigo escribiendo mierdas de estas por aquí nunca voy a publicar nada.
Y Ella si, porque es una diosa, autorialmente y como figura literaria al mismo tiempo.


P.D: Otro ejemplo de texto que en mi imaginación tenía mejor resultado.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Y vuelvo...

Y vuelvo a La Ciudad... Desamparado vuelvo a perder los papeles y los horarios. Vuelvo a Ella y a la chica triste. Vuelvo a desatarme, pero también a aprender. Vuelvo a estar con vosotras y vuelvo a estar solo.

En definitiva, vuelvo.



P.D: Esto tenía mejor pinta y era más largo cuando lo pensé, pero al tardar una semana en escribirlo degeneró en esta mierda.

sábado, 4 de septiembre de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear: Especial vol. 20

Debía reconocerlo. Dolía pero debía reconocer que, en lo más profundo de su ser, se alegró de que ese local fuese ahora un montón de escombros humeantes con cadáveres todavía atrapados en el interior.
-Son escoria. – Había dicho a varios de sus hombres mientras fumaba uno tras otro.
Atravesó a grandes zancadas la calle, pensando en cáncer, hasta alcanzar su coche, para luego dirigirse a su oficina, donde le esperaban un buen puñado de testigos que afirmaban haberlos visto, si, a ellos. Alguno de los testigos afirmaba también haber trabajado codo a codo con ellos, si, con ellos, intentando ayudar a la gente que se había quedado atrapada bajo los restos del local. Si eso era cierto habría radiación en la escena, justo como en aquel banco hacía casi seis años y en aquella joyería. Todo aquello era jodidamente insano, pensaba. ¿Una bomba? ¿De verdad una bomba? Llegó a la comisaría, dispuesto a enterarse de cosas. Muchas cosas. Tenía que cazarlos. Aquella era la puta misión de su vida.

En otra parte de la ciudad, una parte subterránea, una parte en penumbra, una parte húmeda, una parte ciertamente desagradable si se quiere, el secundario más querido de España y del mundo en general estaba dando lo que él consideraba casi como un mitin político, subido a una vieja caja de madera y rodeado de gentes de todos los colores, sin ser esta afirmación indicativo de raza concreta alguna:
-¡Nos están atacando a todos, joder! Ellos mismos me han dicho que han visto esos papeles que cayeron de alguna parte. ¿Qué hacían nuestros protectores? Eso es lo que preguntaba la hiriente nota que caía del cielo como una puta lluvia de sangre. – Y diciendo esto sacó un cuchillo, se lo pasó simétricamente en vertical, desde la punta de la nariz a la frente, y empezó a sangrar copiosamente. – Pero yo, queridos colegas, voy a cambiar esa pregunta. Hoy, aquí en este refugio, vuestro casero, Maestro de Sangre, os pregunta; ¿dónde estaban nuestros protectores? Pero os contestaré, oh, digno pueblo, vaya si os contestaré. Os daré una respuesta que le helará la sangre a quien la tenga. En serio, joder, os helará tanto la sangre que os convertiréis todos en putos reptiles. Y, sin duda, la respuesta es que… ¡No están en ninguna parte! – De repente paró de sangrar por la cara aunque, obviamente, seguía sangrando por muchos otros sitios; a él le mola ese rollo, ya sabéis. – Y no sé vosotros, pero yo solo pienso sangrar por mi mano y por la de nadie más. No tenemos a nadie que nos proteja y por eso nos escondemos aquí como ratas de sabrosa sangre que somos. ¡Nunca más! Ayudemos a Invierno Nuclear a encontrar a la gente que puso la bomba en ese sitio de mierda porque, en serio, primero son ellos, pero luego seremos nosotros. ¿Qué decís? – La peña del Refugio empezó a aplaudir. - ¡Ah! ¡Y a El Silencio que lo peten!

Horas después, el sargento había terminado su trabajo. Los testigos parecían fiables, ya que todos coincidían en casi todo. Tan solo algunos se contradecían en cosas sin importancia, tal vez presos de la emoción del momento. De todas formas no tenía nada. Nadie había visto de donde había salido ese par, ni a donde se fueron después. Normal, con el acojone que debe dar que una bomba estalle casi en tu cara, pensó. Volvió al local destruido, de donde ya se habían extraído todos los cadáveres. Allí los médicos y bomberos le contaron que, sorprendentemente, no habían rescatado a ningún superviviente de entre los escombros, sino que todos estaban fuera ya y, además, cantidades enormes de escombro muy removidas y, algunas, muy apartadas del lugar donde deberían haber caído más o menos. Era obvio que estos dos tipos habían estado trasteando allí. Trasteando para bien. Se sorprendió a si mismo pensando eso y replanteándose si su trabajo era tan buena idea como había pensado, es decir, ¿de verdad estos dos eran tan peligrosos?

Eso mismo pensaba el locutor de radio que escuchaba la dependienta de una óptica no muy lejos de allí al día siguiente:
-Los demás periodistas de cualquier periodicucho gratuito pueden decir lo que quieran, pero por lo que a mí respecta, esa pareja de disfrazados inspiró a unas cuantas decenas de personas a no quedarse quietos ante la catástrofe y salvar vidas. Repito, salvar vidas. Me da igual que sean o no unos señores con armas pagados de nuestros impuestos, solo digo que lo que hicieron estuvo bien y nadie debería perseguirles como a criminales por hacer algo bueno. Es cierto que nos parecen extraños, yendo por ahí con las caras cubiertas como un par de ladrones, pero yo digo que son mucho más que eso. Digo que son los protectores que necesitamos; protectores que no se venden por dinero, sino por amor al prójimo.
La dependienta estaba tan absorta escuchando la voz raspada del locutor, que no se enteró que una pareja había entrado en su local y estaba mirando monturas de gafas por su cuenta. Y claro, eso no puede ser:
-¿Puedo ayudarles?
-Bueno… Eso espero. – Dijo la chica, sacando un papel de un bolsillo.
El chico arrebató con relativa elegancia el papel de su mano, para entregárselo a la dependienta mientras decía:
-Lo que mi novia quiere decir, es que necesita gafas, aquí está el papel.
-Está bien. – Sonrió. - ¿Les ayudo a mirar algo?
La chica asintió, así que los tres se quedaron un rato viendo modelos. Cuando terminaron, la amable dependienta les dijo, con la radio todavía de fondo, que tardarían más o menos una semana. Justo cuando se disponían a irse, el chico se dio la vuelta, señaló la radio, que seguía con el tema, y preguntó:
-¿Qué opina de todo este asunto?
La dependienta sonrió y dijo:
-La verdad, no sé que pensar. Ellos han hecho bien, sin duda pero…
-¿Pero…?
-No sé… Eso de que nadie les conozca… Quiero decir, lo de cubrirse la cara, ¿sabe? ¿A qué viene eso?
La chica asintió diciendo:
-Entiendo.
Él, sin embargo, se limitó a encogerse de hombros.
Cuando atravesaban la puerta, la dependienta escuchó que la chica decía algo sobre un ego desmedido.

Sobre egos desmedidos pensaba el sargento, ya casi de madrugada, yéndose a dormir. Se creía casi mala persona por pensarlo pero, ¿y si lo que tenían esos dos era simplemente un ego desmedido? Porque si querían que se hablase de ellos, desde luego lo estaban consiguiendo. Algunos de sus hombres le habían comentado tomando un café o unas cañas, que todo aquello no podía ser sino una campaña publicitaria, de estas que decepcionan en cuanto se descubre el asunto. Publicidad viral, creía que le llamaban.
-¡Ja! Estoy persiguiendo a un puto anuncio, lo que me faltaba. – Y se echó en cama, para a penas dormir.

Mientras, en aquel cochambroso refugio, un tipo admirado por todos por sangrar, iba de un lado a otro dando órdenes, repartiendo tareas, tarjetitas con dibujitos y mapas. Esa noche saldrían de fiesta, como él le llamó en ese momento. Saldrían con ellos, aunque no estuviesen avisados.
-Perdone señor Maestro, - le dijo, temeroso, el tipo que consumía sangre de los volúmenes cinco a nueve de esta divertida colección e invitado especial de la no menos divertida miniserie suya que precedió al especial anterior a este que tienes en tu pantalla, o en tus manos si eres una de esas admiradoras locas que me consta que lo imprimen. – pero aquí nadie quiere ir.
-Tú a callar, gilipollas.
-En serio, mírenos. No somos como ellos. ¡En el sentido más físico y literal no lo somos! Recuerde por que esta gente está aquí, señor. No quieren salir a la calle porque tienen miedo.
-Pero, aunque no lo parezca, El Silencio tiene mucha razón.
-¿Qué?
-¡Si! Podemos aplastar a esas putas hormigas, tenemos poder para hacer esa mierda.
-¡Pero aquí nadie quiere aplastar a nadie!
-No joder, tú eres la excepción, que quiere comérselos.
Tras unos minutos más de discusión intrascendente que, al igual que la reproducida ahí arriba, solo serviría para seguir alargando esto sin que pasase nada como si esto además de tener superhéroes fuese un comic americano o algo, Maestro de Sangre miró a su alrededor y vio las caritas tristes y desesperadas de aquellos a quienes consideraba sus amigos y no tuvo más remedio que decir:
-Vale, está bien podéis quedaros aquí e iré yo. – Y luego matizar. – Pero a ti te odio así que tú te vienes, vampirillo hijo de puta.
Y así fue como… ¡Y así fue como comenzará una miniserie acerca de las desventuras de los dos infelices estos, tras las andanzas de El Silencio e Invierno Nuclear, si, los tipos sobre los que vinisteis a leer aquí, pero no están apareciendo mucho que digamos!

Al día siguiente, el sargento se encontraba en su oficina, muerto de sueño a pesar de los cafés. Muerto de sueño y perdido en su investigación, donde no había nada. Efectivamente aquellos dos habían estado allí, sin que nadie supiese a donde fueron después. Efectivamente durante unas pocas horas se confirmó que allí había radiación, desapareciendo esta luego. Efectivamente, había muchos latinos muertos y otros tantos heridos. Lo único que se le ocurrió fue poner vigilancia en el hospital, por si acaso. Tal vez había alguien que estaba lo suficientemente enfermo como para querer matar de verdad a esa gente y poner una bomba en e hospital.

Uno de esos agentes de vigilancia, patrullaba los pasillos. Odiaba los hospitales. En el hospital habían muerto sus dos abuelos y sus dos abuelas, su madre y un sobrino. Allí postrados, marchitándose. Así que cuando veía algo mal no lo veía negro. Lo veía blanco. Poco imaginaba que, a mediodía, podría ver morir a alguien más.
-¡Paso! – Gritaron al unísono un par de camilleros con sendas camillas.
Encima de una de ellas, este agente reconoció la destrozada cara de su mujer. Abandonó su puesto de vigilancia tan frenéticamente que chocó, cayendo ambos al suelo, con una chica preciosa que salía en ese momento de una puerta con una cortina verde por dentro. Una puerta que, él no se fijó, ponía “trabajo social”. Estaba tan histérico que, cuando se levantó, siguió corriendo, hasta alcanzar al par de camilleros, que ya volvían de urgencias. Los interrogó. Seguramente les hizo quince preguntas en cuestión de unos pocos segundos. Los camilleros trataban de recuperar el aliento. El que lo recuperó antes preguntó:
-¿Conoce a alguno de ellos?
-¡Mi mujer! ¿Qué le ha pasado?
-Verá, - Comenzó el otro camillero. – Su mujer fue atropellada. El conductor, el hombre de la otra camilla, se dio a la fuga, pero parece ser que fue atrapado dos calles más abajo por El Silencio y por un tipo que sangraba mucho.
-¿El Silencio? ¿Y no había nadie más? ¿Por qué está también destrozado el tipo? Es decir… Que se joda, pero…
-Había un tipo mirándolos fijamente, con una indumentaria algo ridícula pero… Supongo que si apareciesen aquí todos nos quedaríamos paralizados mirándolos. Y en cuanto a su estado… Ya le digo, fue atrapado por El Silencio.
La chica a la que el agente había atropellado pasaba por allí y, tras echarle una mirada no muy amable a este, se dirigió a los camilleros con una pregunta simple y llana:
-¿El Silencio?
Ambos asintieron, mientras el agente comenzaba a frotarse los brazos, como con frío, y a carraspear. Ella, por su parte, sacó su teléfono de un bolsillo y, empezando a marcar, se alejó.

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Y he aquí, por fin, el nuevo especial de El Silencio e Invierno Nuclear. Parece que empecé a conocer a estos personajes ayer, pero llevo ya veinte volúmenes, publicándose desde… Enero de 2009. Tal vez sería un día frío, como el invierno, y callado, como el silencio.
Es mi deber dedicar este especial a toda la gente que me inspira a escribir y no lo sabe, pero muy especialmente a mí mismo, a mi compañero de podcast, que me aclaró como hace uno cuando se compra gafas y a Ella. Pero sobre todo, y cuando digo sobre quiero decir por encima de todo el mundo, a la chica triste, que se merece dedicatorias aunque sea en escritos tan deprimentes como pueden llegar a ser a veces las aventuras de El Silencio e Invierno Nuclear. Luci es un plagio, chica ;)
Por último, decir que espero que os haya gustado y sigáis disfrutando y sufriendo con esta peculiar pareja tanto como yo disfruto y sufro escribiendo sobre ellos y, por supuesto, conociéndolos más a fondo.

¡Ah! ¡Se me olvidaba! Desde esta cátedra de autor tan destacada en la que me encuentro, quiero mandar un saludo especial a otro ser especial, por así llamarlo, como es Maestro de Sangre, que ayudó, además de a la realización de este volumen, a repintar mi casa en contra de mi voluntad.

domingo, 29 de agosto de 2010

Vuelvo al mito

Vuelvo al mito y llevo la mitad. ¿Por qué volví? En un principio adquirí el libro por morbo, por puro frikismo tal vez, sin casi intención de leerlo. Pero debía descansar de leerla a Ella de alguna manera y ahí estaba, saludándome con su gran título en rojo sobre un fondo oscuro y con un castillo, porque no puedo aparcar una lectura sin coger otra.

Y hace dos días. Y ya llevo la mitad. Y quiero terminarlo pero no quiero que termine.
Pensé que sería basura, y estoy flipando por ahora. Es fantástico reencontrarse con estos viejos amigos, estos sufridos héroes, surgidos de mi novela favorita. Es genial pero da lástima. Sin olvidarse, claro, de las nuevas incorporaciones, que no se imaginan lo que les pueda tener preparado el empalador.

Vuelvo al mito. Vuelvo al terror.
Leo Drácula: El no muerto.
Vuelvo a su amante oscuro. Vuelvo al conde.



Pobre doctor Seward, pobre Harker... Pobres todos.





P.D: Os prometo que la próxima entrada será el nuevo especial de El Silencio e Invierno Nuclear. Palabra.

domingo, 22 de agosto de 2010

La carretera está llena de mierda.
Menos mal que la lluvia disipa el olor.

miércoles, 4 de agosto de 2010

¡No me gusta leer!

Lo he descubierto tras grandes reflexiones. Efectivamente, no me gusta leer. Me gusta que me cuenten historias, me gustan las nuevas sensaciones, me gusta que me lleven a países lejanos, me gusta conocer gente nueva, me gusta encarar desafíos, me gusta no entender ciertas cosas, me gusta no tener siempre razón...
Me gusta volar, pero no me gusta leer.


Y tú... ¿Me cuentas una historia?

jueves, 15 de julio de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear: vol.19: De Vuelta al Asunto, Conclusión: MONTAÑAS DE CADÁVERES

Y eso era el asunto. Dolor, mucho dolor, pensaba ella. Se maldecía a si misma por dentro. Por unas horas le había gustado disfrazarse como una niña y creerse algo que no era. Mientras El Silencio utilizaba su poder para levantar escombros buscando algún superviviente, ella estaba paralizada. Tal vez esperaba una orden, una señal, o tal vez estaba simplemente en shock. Creía estar esperando que él le gritase, como a veces hacía. Que le gritase pidiendo que le ayudase a ayudar a aquella gente pero; en lo que a Invierno Nuclear, Lucía Lagos, le parecieron horas; comprendió que él, El Silencio, no iba a gritar. De alguna forma tenía que mantener su puto personaje. Incluso en una situación así tenía que mantenerlo. Empezó a llorar. Debería ponerse la máscara y correr a ayudar, pero en vez de eso lloró.
-Montañas de cadáveres…
El Silencio seguía afanándose en levantar hormigón. Alguna gente que estaba por allí se había decidido a ayudarle. Estaban temerosos al principio, paralizados como ella, pero tras un par de minutos se unieron a él para tratar de salvar a algún latino desconocido. Eso le dio a ella una idea. Tenía que moverse, y tenía que moverse ya. Cruzó la calle, arrojando a una papelera cercana la bolsa con su peluca y su máscara. Su deber era ayudar, pero no así. Pero la gente que se había quedado quieta… ¿Qué coño estaban mirando? Había montañas de cadáveres allí y solo unos cuantos ayudaban. Entonces creyó comprenderlo, y eso la llevó a reafirmarse en su idea de no disfrazarse. Le tenían miedo. Tenían miedo de él. O tal vez era que no querían ayudar porque eso no iba con ellos. De cualquier forma, llorando y respirando aceleradamente, ella comenzó a levantar escombros. Descubrió que no tenía la fuerza necesaria para la misión. Cada vez se ponía más nerviosa, y casi se puso histérica cuando descubrió que la gente de su alrededor estaba comenzando a toser. Lo estaba haciendo de nuevo, y no podía controlarlo. Se levantó el viento de repente y empezaron a aparecer cenizas en el aire. Estaba pasando, y no era bueno. No era bueno, pero se decidió a hacerlo bueno. Se decidió a controlarlo. Después de todo Carlos tenía razón, todo era práctica. Intentó controlar el viento que sus poderes producían, crear pequeños huracanes o algo parecido que arrancasen la roca de donde creyese necesario. Pero no lo conseguía. Lo intentaba, estaba a punto de lograrlo, pero no lo conseguía. La gente de alrededor empezaba a notar mucho frío y seguían tosiendo, mientras el aire se oscurecía más y más por las cenizas. Tenía que irse de allí. Tenía que irse en ese mismo instante si no quería causar un daño todavía mayor que el de la explosión. Tenía que avisar al Silencio de que se iba, pero no podía dar señales de que se conocían, no sin su disfraz. Decidió hacerlo como él lo haría. Simplemente se dio la vuelta y se marchó. No se había dado cuenta, pero había quitado escombros de encima de unas quince personas que seguían vivas, cosa que él, con su furia, no había logrado todavía.
Se alejó lentamente. Quería ir rápido, pero estaba temblando y no podía. Las cenizas, el frío y el viento se iban disipando. Tenía que ir a buscar el coche, tenía que regresar a la cueva, pero él tenía las llaves. Estaba muy lejos, pero tenía que alejarse de la gente. Había gente por todas partes. Se cruzó con varios coches de policía y bomberos, también con unas cuantas ambulancias. Se alegró un poco. Alguien había venido a ayudar. Alguien profesional.
De repente notó una mano sobre su hombro. Se giró repentinamente y vio a Carlos. No vio al Silencio, vio a Carlos con una bolsa en la mano. Era su peluca y su máscara. Lo había olvidado pero… ¿Cómo lo sabía él? No había estado mirando. Muy serio, le deslizó el brazo por la cintura y susurró:
-Vámonos.
Luci rompió a llorar de nuevo.
-Vámonos a casa.

jueves, 8 de julio de 2010

No sé si extrañarla más a Ella o a la chica triste.

miércoles, 23 de junio de 2010

He estado pensando en convertirla a Ella en protagonista de una novela, pero su arrolladora personalidad y sabiduría de todo en general me superaría.
Además, me parecería extraño que alguien no lo haya hecho ya.

Y yo no escribo novelas.

jueves, 10 de junio de 2010

Yo me cagaría ausente en la boca de un perro
El amor ladra puñales
y que decir de la maestría de tu lengua enredada entre mis sueños
Me acabo de quedar en blanco tremendísimamente, chica
y escupir las puas, y mirarte el culo
Himnos llameantes de naciones heladas
oh, y sin embargo..., sin embargo..., ¿que hay que pensar?
¡Mira! ¡Un verso par!
y a lo largo de miles de siglos el coño seguía siendo el centro de todo
Corro contra el crono(topo)
y el crepitar de un largo sueño en un pequeño atasco.
El misterio se desvela al perspicaz infiel y no a ti
a veces un cajón guarda algo más que unas bragas rotas
Los lobos vienen a comerte la polla pero no te tragan
la tormenta tonta casi arranca los pelos del sobaco de tu vieja mano
¡Dne eht




Acabado el día 8 de junio de 2010 a las 5:38 de la mañana.
Perpetrado con maestría por
Ismael y TheWriter

miércoles, 2 de junio de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear; vol 18: De Vuelta al Asunto, Parte 3

-¿Cómo coño me has convencido para subirme a un puto tejado?
En serio, se encontraban de madrugada encima de un tejado en frente de uno de los muchos locales de copas de la zona vieja de la ciudad. Llevaban así varias horas, agazapados en las sombras.
-Lo que yo me pregunto – susurró El Silencio – es cómo hemos conseguido subir aquí.
Ella rió. Ella rió y, entre el ruido normal de dicha hora y dicho lugar… alguien miró para arriba. Un escalofrío recorrió a la pareja, cuando de repente una botella se rompió en la cara del mirón. Había sangre. Y gritos. Y un tumulto. Y de repente empezaron a llover golpes por todos lados. Insultos y lo demás.
-Es la nuestra, te ayudaré a aterrizar, salta.
-Dispérsalos primero, hay demasiada gente.
-Eso me da una idea, no hagas nada, espera.
De repente el tumulto de golpes cesó. Repentinamente la gente había salido despedida violentamente contra las paredes. Nadie parecía haberse hecho daño pero, en vez de continuar la lucha, miraron a su alrededor, arriba y abajo. No vieron nada, hasta de que repente El Silencio saltó del tejado donde estaba, sujetando por la cintura a Invierno Nuclear y, cuando apenas había tocado el suelo, se elevó repentinamente para desaparecer por una de las calles que llevaban a aquel lugar. Todos se asombraron. Los héroes habían vuelto al asunto.
Ambos se sonrieron dentro de sus máscaras cuando hubieron abandonado la escena. Pero todavía faltaban unas horas para el amanecer. Era hora de desplazarse rápidamente a la zona nueva de la ciudad. Tenían que ser rápidos, precisos y omnipotentes. O al menos así es como se sentía El Silencio. Era una incorruptible fuerza del bien de la naturaleza. Debía imponer el orden y volver a ganarse el respeto de los ciudadanos.
-Bien, ya hemos vuelto. – dijo Invierno Nuclear quitándose su máscara y su peluca.
Él hizo lo mismo con su máscara, quitando además la capucha de su gabardina al tiempo que decía:
-Me encanta esta mierda. En cuestión de segundos podemos pasar de temibles fuerzas del orden a ciudadanos simples. Muy útil.
-¿Simples? ¿Te crees por encima de ellos?
-¿En una palabra? Si. ¡Corre!
Ella corrió. No sabía por que, pero corrió.
Poco antes de llegar a su destino completaron de nuevo su indumentaria. No se pararon a pensar que en aquella zona los edificios eran realmente altos y no sería fácil escalar ocho pisos para esconderse. No lo parecía, pero no dejaban de ser unos inexpertos. Ella tuvo la idea de confundirse entre la gente, guardando de nuevo parte de sus disfraces. Eso los hizo sentir muy tontos. Acababan de ponerse y quitarse unas máscaras en cuestión de minutos y eso les hacía sentirse como niños en una fiesta de carnaval. Patético, ¿verdad?
Dieron vueltas alrededor de un par de locales conflictivos, casualmente uno en frente del otro. Un par de horas más tarde, viendo que no ocurría nada fuera de lo normal, entraron en uno de ellos para tomarse algo. Si hubiesen esperado unos minutos más habrían visto estallar una bomba en el local de enfrente, pero estando dentro del otro apenas la escucharon y, al salir para ver que había ocurrido, ambos se quedaron paralizados, no por los gritos y la gente que salía ardiendo y sangrando de lo que quedaba del local, sino por unos papeles que empezaron a llover de algunas ventanas con la inscripción “¿QUÉ HACÍAN NUESTROS PROTECTORES?” en un tipo de letra impresa que imitaba a la sangre.
El Silencio se dispuso a utilizar su poder para saltar a una de esas ventanas, pero Invierno Nuclear lo contuvo. Lo importante era ayudar a aquella gente y no se había preocupado de si alguien miraba, pues se encontraba ya enmascarada. Él hizo que todos los papeles que había por allí y los que seguían cayendo saliesen disparados rápidamente en otra dirección, al tiempo que se ponía la máscara y la capucha. Carnaval, en serio, carnaval.

martes, 1 de junio de 2010

Ayer tenía una gran idea para escribir acerca de las putadas y casualidades en plan chungo que tuve que pasar para conocerte. Pero ayer estaba estudiando y pasé de escribir.

El caso es que llegué a la conclusión de que todo es rarísimo y caótico, y tú estás en medio de este caos. Acojonante, sin duda. Lástima que no puedas hacerte una idea de las miles de casualidades que se me pasaron por la cabeza ayer de madrugada.

viernes, 28 de mayo de 2010

¡¡¡EL HORROR HA COMENZADO!!!


P.D: Y casi no llego para verlo empezar...

jueves, 29 de abril de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear; vol.17: De Vuelta al Asunto, Parte 2

Carlos estaba parado en frente a la cueva cuando Lucía llegó. Al verla la saludó:
-Has tardado.
Ella suspiró; cerró los ojos un par de segundos, inspiró, expiró y volvió a abrirlos diciendo:
-Vivimos en una puta cueva en medio del monte, claro que he tardado.
-No porque yo quiera, te recuerdo.
Ella bajó la vista un momento y luego le preguntó:
-Bueno… ¿Qué querías?
-Hoy es viernes. – Ella lo miró, interrogante – Es viernes y hace buen tiempo. Alguna bulla habrá, digo yo.
-Espera… ¿Estás hablando de patrullar como policías o algo hasta ver alguna pelea que detener?
Él asintió enérgicamente y enseguida empezó a soltar un rollo sobre que debían dejarse ver y hacer algo para recuperar la atención de la gente y su cariño; gente que debía sentirse protegida por ellos o algo así. Hablaba, en definitiva, de volver al asunto. También explicó que así tal vez llamasen a atención de Los Veladores y su guerra podría empezar. A continuación volvió al tema de la gente de la calle, gente normal y seguramente inferior a ellos, que no debía sufrir ningún daño colateral por culpa de su guerra y como evitar eso…
-Y bueno… A ti te llaman El Silencio, ¿verdad?
Él se calló de repente y la miró con una expresión grave, expresión que cambió de inmediato cuando exclamó:
-¡Soy El Silencio! Pasa y vístete, entrenaremos un poco o algo hasta la noche.
-Joder, acabo de subir una puta montaña como quien dice. Estoy cansada, ¿cómo voy a entrenar ahora? Mira, me voy a leer, ya me avisarás cuando quieras hacer eso que hacemos, ¿vale? – Dijo esto mientras se adentraba en la cueva.
Carlos se quedó allí un momento mirándose de arriba abajo. ¿Por qué Invierno Nuclear le había hablado así? Era extraño, sin duda. ¿Sería por no llevar su uniforme de trabajo, por así llamarlo? Asintió para sus adentros mientras se metía en la cueva. Allí se encontró con su pareja leyendo un libro bastante voluminoso. Pasó de preguntarle de que trataba; esas conversaciones siempre terminaban con ella intentando convencerlo de que leyese tochacos enormes. Lo peor de todo es que a veces lo conseguía. Tenía que ganarse de nuevo la confianza de toda una puta ciudad mientras empezaba una guerra, no había tiempo de leer realismo. Y todo durante el Xacobeo. Eso le dio una tremenda idea. Se dirigió a donde guardaba su uniforme y lo contempló. Era negro y precioso, como debe ser el alma de una mujer fatal o algo así. Y podría ser una especie de atracción turística que atrajese a mucha gente dispuesta a despilfarrar en la ciudad. Tenían que salir ya.
-¡Suelta eso y vístete pero ya! – Gritó desde el cuarto.
Ella, callada, dejó el libro sobre la cama, se incorporó y se dirigió hacia Carlos, que ya se estaba enfundando en su gabardina negra y buscando con la mirada una goma sin usar para la máscara de plata. Debía haber alguna por el suelo.
-¿Sabes? Me duele un poco la cabeza. – Se quejó ella.
-Eso me suena a excusa para no follar, cariño.
-Ya tenemos una muy grande, no necesito que me duela la cabeza.
-Y yo acabo de tener una gran idea.
Carlos procedió a relatar todo el torrente de pensamientos arriba escrito. Ella supuso que, ya que iban a hacerlo, debían hacerlo bien. Supuso que la idea no era mala del todo, con tanto turista y demás, si su presencia era vista por la gente y tal vez por alguna institución como beneficiosa y única, tal vez serían una excusa más para atraer turistas. Más turistas. Horrible. Pero bueno, al menos ya tenían lo de única, falta ahora que se vean como algo beneficioso…

viernes, 9 de abril de 2010

Nunca he llegado a decidir del todo si lloro de felicidad o de pena cada vez que escucho a Louis Armstrong diciéndome que el mundo es wonderful.

Nunca he llegado a decidir del todo si lloro de felicidad o de pena cada vez que escucho a Bob Marley diciéndote que todo va a estar all right.

lunes, 29 de marzo de 2010

Declaración de Intenciones \ENTRADA 100/

Yo quiero ser un poeta decadente,
quiero morirme joven y de repente.
Quiero joderte por atrás. Por el frente
vomitarte borracho a la cara
versos desiguales que no cuadran.
Faltan sílabas, no pasa nada.

Quiero hacer llorar a los niños con versos,
rásgate las bragas, tócate bien adentro,
lee mi poema, lo haces pensando en muertos.

lunes, 15 de marzo de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear; vol.16: De Vuelta al Asunto, Parte 1

Efectivamente, a Lucía Lagos no le había costado volver al trabajo con una excusa tonta y cobarde. No había tenido que soportar comentarios sobre lo mucho que sus compañeros de trabajo la odian sin saberlo. Con los pacientes era otra cosa. La hundieron definitivamente, así que al salir del trabajo no fue a su cueva, sino a una whiskería. En serio, le encantan esos antros.
-¿Seguro que quiere otro más? – Le preguntaba el camarero tras un rato allí.
-¿Para qué coño te pago?
El camarero en cuestión miró su reloj de muñeca, suspiró, y se puso a servir otra copa.
-Gracias.
-¿Puedo preguntarle algo? Alguien que bebe tanto a estas horas está huyendo de algo. ¿Recuerdos, tal vez?
Ella sonrió. Se cruzó de brazos. Cambió de postura para, al final, dejar caer los brazos, todo ello en un par de segundos, y dijo:
-Supongo que todos arrastramos mucho, ¿no? Pero no se puede vivir siempre de recuerdos, ni para bien ni para mal.
-Vaya, es usted toda una filósofa.
-No, soy trabajadora social.
-¿Si? Pues menudo ejemplo para los pacientes.
Ambos rieron. De repente ella se puso seria y preguntó:
-¿De verdad quieres saber qué me pasa?
Él asintió, así que ella le pidió una copa más, la bebió de un trago, carraspeó y dijo:
-Bueno… Aunque resulte difícil de creer, soy Invierno Nuclear. – El camarero le sonrió, divertido – Hay unos veinte tipos o más que me buscan para matarme y además creo que todo el mundo me odia. Además estoy encerrada en una relación sentimental autodestructiva y parece que solo me doy cuenta de ello cuando bebo.
Tras dos segundos de silencio incómodo ambos volvieron a reír.
-Si, con todo lo que se le debe venir a esa chica encima yo también me daría a la bebida si fuese ella. En serio, ¿qué le pasa a usted?
-¿Por qué sigues tratándome de usted si es obvio que quieres follarme? Soy ella.
El camarero se sonrojó y preguntó, intentando obviar el tema sexual pero de todas formas empezando a tutearla:
-¿Si fueses Invierno Nuclear no deberías proteger tu identidad o algo? ¿Por qué me lo dices?
-Porque estoy borracha, porque a estas alturas todo me importa una mierda y porque también quiero follarte. Pero no te preocupes, eso último no va a pasar, si no te matan mis poderes mi novio nos matará a ambos.
-Ahora vas a decirme que te ves con El Silencio, ¿verdad?
De repente sonó el teléfono de ella, que se levantó de la barra, se alejó un poco, descolgó y habló:
-Hola… Estoy en… Como quieras, voy para ahí. – Y colgó.
-¿Te vas ya? Eres divertida.
-El Silencio me llama. Quiere partirle la cara a alguien seguramente. ¿Sabes?, a veces pienso que es un inseguro de mierda que necesita mi ayuda para todo. – Y tras decir esto dejó un gran billete sobre la barra y salió apresuradamente.
El camarero se encogió de hombros y se guardó el billete, de bastante más cantidad que lo que correspondía pagar, que tampoco era poco. Se quedó pensando. Fantaseaba con la idea de que aquella mujer fuese realmente quien decía ser. Estaba algo borracha y no había demostrado nada, simplemente lo había dicho. Además él no se imaginaba así a los héroes. Una alcohólica con una relación tormentosa no era desde luego ningún ideal de conducta ni nada parecido.

martes, 9 de marzo de 2010

Tan relativamente colorida como vas siempre, el otro día te vi más o menos de negro y creo que lo notaste.

¿Chuvasquero gris muy oscuro? ¿Qué más da? Tus cabellos estaban húmedos y, aunque no era sudor, seguías teniendo esa sonrisa que hace que tu cara de la nariz para abajo parezca una D tumbada tomando una apacible siesta.

No nos conocemos, pero mis esfuerzos para no decirte que me gustaría convertirte en protagonista de algo escrito por Sachez-Masock solo pueden calificarse como divertidos. Supongo que ya sabrás, como Ana Klauer o Irma la domadora pero en pequeñita, estarías más adorable que de costumbre; haciéndome daño, como ahora pero con látigos y cadenas.

Y esto ya es la segunda cosa que te escribo, pero ya no me da miedo, me la sopla. No van a pasar cosas ni buenas ni malas. No vas a leerlo nunca.
Y seguirás riendo con esa vocecilla.

lunes, 22 de febrero de 2010

Hace una hora tenía algo interesante que poner aquí sobre una chica que sonreía. Ahora no lo recuerdo, pero seguro que era muy bueno.


Never give up ;)

martes, 26 de enero de 2010

Era una ciudad que no se había recuperado todavía de la Gran Depresión. Una de esas ciudades de oscuros callejones, con alcantarillas humeantes y lluvia en los momentos tristes. Una ciudad en la que tan solo queda la cara oscura de lo que un día fue. Su banda sonora consistiría en un melancólico solo de saxo y en el chapoteo de los zapatos de sus huraños habitantes, que seguramente se verían en tonos de gris, como el buen cine.

Nuestro protagonista se encuentra en un momento triste, así que se resguarda de la lluvia con una gabardina negra y un sombrero del mismo color. Después de haber estado toda la noche pensando en ella y bebiendo para tratar de evitarlo, vuelve a casa. Vuelve por uno de esos callejones donde vuelan los periódicos de hace un par de semanas. Sabe que alguien podría dispararle en ese callejón y nadie lo escucharía debido al ruido de la indiferencia. De repente se da cuenta: Hay en esta ciudad cosas casi tan peligrosas como un corazón roto.

miércoles, 13 de enero de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear; vol.15: Discordia

Entró allí lo más sigilosamente que pudo, es decir, derribando la puerta estruendosamente. La gente que se encontraba alrededor de esa zona bajo el techo se sorprendió. Puede que alguno incluso saliese herido. Él se lanzó desde el boquete que acababa de inaugurar, obviando las escaleras destinadas a no tener que aterrizar.
-Te estaba esperando, Carlos. – Efectivamente, Maestro de Sangre lo esperaba.
-Yo no soy Carlos. ¿Dónde está Invierno Nuclear?
Maestro de Sangre estalló en brutales carcajadas, tan violentas que comenzó a llorar sangre, mientras preguntaba:
-¿Luci?
-Invierno Nuclear para ti, hijo de puta. ¿Dónde coño está?
-Llorando en su reconstruido antiguo cuarto. Ahora tú y yo tenemos que hablar, Carlos. – Pronunció el nombre con un rintintín enfático especial.
El Silencio hizo honor a su nombre, mientras se contenía para no “hablar” de forma más primitiva, demostrando así su inhumanidad. Miró a su alrededor. No entendía por que tanta gente rara pululaba por allí. Había sido así la otra vez y era así ahora.
-Para de juzgarme con la mirada como seguro que estás haciendo tras esa máscara tan cara y escúchame, joder.
Maestro de Sangre lo guió hacia un cuarto pequeño, donde se encontraba Lucía, mirando atónita una pequeña televisión mal sintonizada. Había gritos e improperios en aquella caja tonta. Contra ellos.
-Mira quien está aquí, muslitos.
Ella miró, señaló a la televisión y dijo:
-Esto es lo que querían, ¿ves? La gente y… nosotros.
Maestro de Sangre salió y los dejó solos. Le apetecía muchísimo escuchar y meterse en las conversaciones de los demás, pero respetaba muchísimo a Lucía. Ya volvería luego.
-¿Qué estás diciendo? – Las mentes cuadriculadas no comprenden.
-Digo que es lo que Los Veladores buscaban, joder. Crear discordia, ¿sabes? Entre la opinión pública y nosotros. Les ha salido perfecto, incluso nos hemos enfadado entre nosotros. Bueno… esto no está bien…
-El caso – interrumpió Carlos, aunque a veces le cueste aceptar ese nombre – es que a saber cuantos años de vida me has quitado así de repente. ¡Joder!
Ella estalló en un amargo llanto y, entre sollozos decía:
-Bueno… pues… por eso no podemos estar así…
-No, si ya me doy cuenta. Vamos a buscarlos.
-Perdóname por favor… Espera; ¿qué?
-¡Somos héroes y vamos a hacer heroicidades!
-¿Sabes? Creo que estás llevando tu puerilidad muy lejos. Eso es ridículo.
-¿No quieres ayudar a la gente o qué coño te pasa?
Ella se levantó bruscamente chillando:
-¡La gente nos odia, Carlos! ¿Es que no lo ves?
-Pero…
-¡Esa máscara no te deja ver bien! ¡Pero yo cada vez lo tengo más claro! Toda esta mierda habrá sido idea de Los Veladores, pero en última instancia es culpa nuestra. ¡Somos muy peligrosos! ¡Joder, somos un puto peligro nacional, sobre todo yo!
-No. Me. Interrumpas. ¿Queda claro? Esos asesinos llegaron al hospital y empezaron a matar gente, ¿de acuerdo?
-Ahá…
-¿Y qué coño tiene que ver eso con nosotros? ¿Los hemos llamado? ¿Nos interesaba que viniesen allí y matasen a todos esos gilipollas?
-¡Claro que no, pero reconoce que estaban allí por nosotros! Joder Carlos… reconoce que estaban al menos por mí. Iban a matarme y mataron a toda esa gente, ahora los supervivientes nos odian y las noticias se expanden como la pólvora.
-¡Pues hagamos que dejen de odiarnos! ¡Entreguémosles a esos Veladores de mierda!
-Que fácil de decir es eso… ¿Todo te parece así de fácil?
-Me largo. – Y salió del cuarto.
Avanzó por aquellos túneles en penumbra a grandes zancadas, esquivando a la gente con la que se cruzaba. En ese momento todo le daba asco y debía hacer algo para remediarlo. Cerca ya de las escaleras de salida se cruzó con Maestro de Sangre y, antes de impulsarse velozmente hacia arriba, sujetándolo por el cuello de la camisa le dijo:
-Coge al ejército de monstruos que estás juntando aquí y hazles frente, cobarde.
Y salió, dejando a Maestro de Sangre con unas dudas que le durarían el resto de la semana. Lucía había llegado hasta allí y lo había escuchado todo desde el pasillo del fondo.
-Joder muslitos, ¿qué pasa si ese capullo tiene razón?
-¿Montar una guerra? No tiene razón. Nunca la tuvo.
-¡Ja! ¿Por qué coño estás yendo tras él si piensas eso?
-Bueno… porque sé que va a acabar consiguiendo que le hagamos caso y quiero prepararme. Además mañana tendré que ir al trabajo…
-¿Después de haber desaparecido así del hospital?
-No te preocupes, diré que me asusté y me fui durante el caos.
-¿Por dónde?
-¿Qué importa? Todas las conversaciones tratarán sobre lo mucho que me odian sin saberlo y no se pararán a pensar. Me voy. Prepárate tú también.