martes, 26 de enero de 2010

Era una ciudad que no se había recuperado todavía de la Gran Depresión. Una de esas ciudades de oscuros callejones, con alcantarillas humeantes y lluvia en los momentos tristes. Una ciudad en la que tan solo queda la cara oscura de lo que un día fue. Su banda sonora consistiría en un melancólico solo de saxo y en el chapoteo de los zapatos de sus huraños habitantes, que seguramente se verían en tonos de gris, como el buen cine.

Nuestro protagonista se encuentra en un momento triste, así que se resguarda de la lluvia con una gabardina negra y un sombrero del mismo color. Después de haber estado toda la noche pensando en ella y bebiendo para tratar de evitarlo, vuelve a casa. Vuelve por uno de esos callejones donde vuelan los periódicos de hace un par de semanas. Sabe que alguien podría dispararle en ese callejón y nadie lo escucharía debido al ruido de la indiferencia. De repente se da cuenta: Hay en esta ciudad cosas casi tan peligrosas como un corazón roto.

miércoles, 13 de enero de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear; vol.15: Discordia

Entró allí lo más sigilosamente que pudo, es decir, derribando la puerta estruendosamente. La gente que se encontraba alrededor de esa zona bajo el techo se sorprendió. Puede que alguno incluso saliese herido. Él se lanzó desde el boquete que acababa de inaugurar, obviando las escaleras destinadas a no tener que aterrizar.
-Te estaba esperando, Carlos. – Efectivamente, Maestro de Sangre lo esperaba.
-Yo no soy Carlos. ¿Dónde está Invierno Nuclear?
Maestro de Sangre estalló en brutales carcajadas, tan violentas que comenzó a llorar sangre, mientras preguntaba:
-¿Luci?
-Invierno Nuclear para ti, hijo de puta. ¿Dónde coño está?
-Llorando en su reconstruido antiguo cuarto. Ahora tú y yo tenemos que hablar, Carlos. – Pronunció el nombre con un rintintín enfático especial.
El Silencio hizo honor a su nombre, mientras se contenía para no “hablar” de forma más primitiva, demostrando así su inhumanidad. Miró a su alrededor. No entendía por que tanta gente rara pululaba por allí. Había sido así la otra vez y era así ahora.
-Para de juzgarme con la mirada como seguro que estás haciendo tras esa máscara tan cara y escúchame, joder.
Maestro de Sangre lo guió hacia un cuarto pequeño, donde se encontraba Lucía, mirando atónita una pequeña televisión mal sintonizada. Había gritos e improperios en aquella caja tonta. Contra ellos.
-Mira quien está aquí, muslitos.
Ella miró, señaló a la televisión y dijo:
-Esto es lo que querían, ¿ves? La gente y… nosotros.
Maestro de Sangre salió y los dejó solos. Le apetecía muchísimo escuchar y meterse en las conversaciones de los demás, pero respetaba muchísimo a Lucía. Ya volvería luego.
-¿Qué estás diciendo? – Las mentes cuadriculadas no comprenden.
-Digo que es lo que Los Veladores buscaban, joder. Crear discordia, ¿sabes? Entre la opinión pública y nosotros. Les ha salido perfecto, incluso nos hemos enfadado entre nosotros. Bueno… esto no está bien…
-El caso – interrumpió Carlos, aunque a veces le cueste aceptar ese nombre – es que a saber cuantos años de vida me has quitado así de repente. ¡Joder!
Ella estalló en un amargo llanto y, entre sollozos decía:
-Bueno… pues… por eso no podemos estar así…
-No, si ya me doy cuenta. Vamos a buscarlos.
-Perdóname por favor… Espera; ¿qué?
-¡Somos héroes y vamos a hacer heroicidades!
-¿Sabes? Creo que estás llevando tu puerilidad muy lejos. Eso es ridículo.
-¿No quieres ayudar a la gente o qué coño te pasa?
Ella se levantó bruscamente chillando:
-¡La gente nos odia, Carlos! ¿Es que no lo ves?
-Pero…
-¡Esa máscara no te deja ver bien! ¡Pero yo cada vez lo tengo más claro! Toda esta mierda habrá sido idea de Los Veladores, pero en última instancia es culpa nuestra. ¡Somos muy peligrosos! ¡Joder, somos un puto peligro nacional, sobre todo yo!
-No. Me. Interrumpas. ¿Queda claro? Esos asesinos llegaron al hospital y empezaron a matar gente, ¿de acuerdo?
-Ahá…
-¿Y qué coño tiene que ver eso con nosotros? ¿Los hemos llamado? ¿Nos interesaba que viniesen allí y matasen a todos esos gilipollas?
-¡Claro que no, pero reconoce que estaban allí por nosotros! Joder Carlos… reconoce que estaban al menos por mí. Iban a matarme y mataron a toda esa gente, ahora los supervivientes nos odian y las noticias se expanden como la pólvora.
-¡Pues hagamos que dejen de odiarnos! ¡Entreguémosles a esos Veladores de mierda!
-Que fácil de decir es eso… ¿Todo te parece así de fácil?
-Me largo. – Y salió del cuarto.
Avanzó por aquellos túneles en penumbra a grandes zancadas, esquivando a la gente con la que se cruzaba. En ese momento todo le daba asco y debía hacer algo para remediarlo. Cerca ya de las escaleras de salida se cruzó con Maestro de Sangre y, antes de impulsarse velozmente hacia arriba, sujetándolo por el cuello de la camisa le dijo:
-Coge al ejército de monstruos que estás juntando aquí y hazles frente, cobarde.
Y salió, dejando a Maestro de Sangre con unas dudas que le durarían el resto de la semana. Lucía había llegado hasta allí y lo había escuchado todo desde el pasillo del fondo.
-Joder muslitos, ¿qué pasa si ese capullo tiene razón?
-¿Montar una guerra? No tiene razón. Nunca la tuvo.
-¡Ja! ¿Por qué coño estás yendo tras él si piensas eso?
-Bueno… porque sé que va a acabar consiguiendo que le hagamos caso y quiero prepararme. Además mañana tendré que ir al trabajo…
-¿Después de haber desaparecido así del hospital?
-No te preocupes, diré que me asusté y me fui durante el caos.
-¿Por dónde?
-¿Qué importa? Todas las conversaciones tratarán sobre lo mucho que me odian sin saberlo y no se pararán a pensar. Me voy. Prepárate tú también.