domingo, 19 de septiembre de 2010

Y vuelvo...

Y vuelvo a La Ciudad... Desamparado vuelvo a perder los papeles y los horarios. Vuelvo a Ella y a la chica triste. Vuelvo a desatarme, pero también a aprender. Vuelvo a estar con vosotras y vuelvo a estar solo.

En definitiva, vuelvo.



P.D: Esto tenía mejor pinta y era más largo cuando lo pensé, pero al tardar una semana en escribirlo degeneró en esta mierda.

sábado, 4 de septiembre de 2010

El Silencio e Invierno Nuclear: Especial vol. 20

Debía reconocerlo. Dolía pero debía reconocer que, en lo más profundo de su ser, se alegró de que ese local fuese ahora un montón de escombros humeantes con cadáveres todavía atrapados en el interior.
-Son escoria. – Había dicho a varios de sus hombres mientras fumaba uno tras otro.
Atravesó a grandes zancadas la calle, pensando en cáncer, hasta alcanzar su coche, para luego dirigirse a su oficina, donde le esperaban un buen puñado de testigos que afirmaban haberlos visto, si, a ellos. Alguno de los testigos afirmaba también haber trabajado codo a codo con ellos, si, con ellos, intentando ayudar a la gente que se había quedado atrapada bajo los restos del local. Si eso era cierto habría radiación en la escena, justo como en aquel banco hacía casi seis años y en aquella joyería. Todo aquello era jodidamente insano, pensaba. ¿Una bomba? ¿De verdad una bomba? Llegó a la comisaría, dispuesto a enterarse de cosas. Muchas cosas. Tenía que cazarlos. Aquella era la puta misión de su vida.

En otra parte de la ciudad, una parte subterránea, una parte en penumbra, una parte húmeda, una parte ciertamente desagradable si se quiere, el secundario más querido de España y del mundo en general estaba dando lo que él consideraba casi como un mitin político, subido a una vieja caja de madera y rodeado de gentes de todos los colores, sin ser esta afirmación indicativo de raza concreta alguna:
-¡Nos están atacando a todos, joder! Ellos mismos me han dicho que han visto esos papeles que cayeron de alguna parte. ¿Qué hacían nuestros protectores? Eso es lo que preguntaba la hiriente nota que caía del cielo como una puta lluvia de sangre. – Y diciendo esto sacó un cuchillo, se lo pasó simétricamente en vertical, desde la punta de la nariz a la frente, y empezó a sangrar copiosamente. – Pero yo, queridos colegas, voy a cambiar esa pregunta. Hoy, aquí en este refugio, vuestro casero, Maestro de Sangre, os pregunta; ¿dónde estaban nuestros protectores? Pero os contestaré, oh, digno pueblo, vaya si os contestaré. Os daré una respuesta que le helará la sangre a quien la tenga. En serio, joder, os helará tanto la sangre que os convertiréis todos en putos reptiles. Y, sin duda, la respuesta es que… ¡No están en ninguna parte! – De repente paró de sangrar por la cara aunque, obviamente, seguía sangrando por muchos otros sitios; a él le mola ese rollo, ya sabéis. – Y no sé vosotros, pero yo solo pienso sangrar por mi mano y por la de nadie más. No tenemos a nadie que nos proteja y por eso nos escondemos aquí como ratas de sabrosa sangre que somos. ¡Nunca más! Ayudemos a Invierno Nuclear a encontrar a la gente que puso la bomba en ese sitio de mierda porque, en serio, primero son ellos, pero luego seremos nosotros. ¿Qué decís? – La peña del Refugio empezó a aplaudir. - ¡Ah! ¡Y a El Silencio que lo peten!

Horas después, el sargento había terminado su trabajo. Los testigos parecían fiables, ya que todos coincidían en casi todo. Tan solo algunos se contradecían en cosas sin importancia, tal vez presos de la emoción del momento. De todas formas no tenía nada. Nadie había visto de donde había salido ese par, ni a donde se fueron después. Normal, con el acojone que debe dar que una bomba estalle casi en tu cara, pensó. Volvió al local destruido, de donde ya se habían extraído todos los cadáveres. Allí los médicos y bomberos le contaron que, sorprendentemente, no habían rescatado a ningún superviviente de entre los escombros, sino que todos estaban fuera ya y, además, cantidades enormes de escombro muy removidas y, algunas, muy apartadas del lugar donde deberían haber caído más o menos. Era obvio que estos dos tipos habían estado trasteando allí. Trasteando para bien. Se sorprendió a si mismo pensando eso y replanteándose si su trabajo era tan buena idea como había pensado, es decir, ¿de verdad estos dos eran tan peligrosos?

Eso mismo pensaba el locutor de radio que escuchaba la dependienta de una óptica no muy lejos de allí al día siguiente:
-Los demás periodistas de cualquier periodicucho gratuito pueden decir lo que quieran, pero por lo que a mí respecta, esa pareja de disfrazados inspiró a unas cuantas decenas de personas a no quedarse quietos ante la catástrofe y salvar vidas. Repito, salvar vidas. Me da igual que sean o no unos señores con armas pagados de nuestros impuestos, solo digo que lo que hicieron estuvo bien y nadie debería perseguirles como a criminales por hacer algo bueno. Es cierto que nos parecen extraños, yendo por ahí con las caras cubiertas como un par de ladrones, pero yo digo que son mucho más que eso. Digo que son los protectores que necesitamos; protectores que no se venden por dinero, sino por amor al prójimo.
La dependienta estaba tan absorta escuchando la voz raspada del locutor, que no se enteró que una pareja había entrado en su local y estaba mirando monturas de gafas por su cuenta. Y claro, eso no puede ser:
-¿Puedo ayudarles?
-Bueno… Eso espero. – Dijo la chica, sacando un papel de un bolsillo.
El chico arrebató con relativa elegancia el papel de su mano, para entregárselo a la dependienta mientras decía:
-Lo que mi novia quiere decir, es que necesita gafas, aquí está el papel.
-Está bien. – Sonrió. - ¿Les ayudo a mirar algo?
La chica asintió, así que los tres se quedaron un rato viendo modelos. Cuando terminaron, la amable dependienta les dijo, con la radio todavía de fondo, que tardarían más o menos una semana. Justo cuando se disponían a irse, el chico se dio la vuelta, señaló la radio, que seguía con el tema, y preguntó:
-¿Qué opina de todo este asunto?
La dependienta sonrió y dijo:
-La verdad, no sé que pensar. Ellos han hecho bien, sin duda pero…
-¿Pero…?
-No sé… Eso de que nadie les conozca… Quiero decir, lo de cubrirse la cara, ¿sabe? ¿A qué viene eso?
La chica asintió diciendo:
-Entiendo.
Él, sin embargo, se limitó a encogerse de hombros.
Cuando atravesaban la puerta, la dependienta escuchó que la chica decía algo sobre un ego desmedido.

Sobre egos desmedidos pensaba el sargento, ya casi de madrugada, yéndose a dormir. Se creía casi mala persona por pensarlo pero, ¿y si lo que tenían esos dos era simplemente un ego desmedido? Porque si querían que se hablase de ellos, desde luego lo estaban consiguiendo. Algunos de sus hombres le habían comentado tomando un café o unas cañas, que todo aquello no podía ser sino una campaña publicitaria, de estas que decepcionan en cuanto se descubre el asunto. Publicidad viral, creía que le llamaban.
-¡Ja! Estoy persiguiendo a un puto anuncio, lo que me faltaba. – Y se echó en cama, para a penas dormir.

Mientras, en aquel cochambroso refugio, un tipo admirado por todos por sangrar, iba de un lado a otro dando órdenes, repartiendo tareas, tarjetitas con dibujitos y mapas. Esa noche saldrían de fiesta, como él le llamó en ese momento. Saldrían con ellos, aunque no estuviesen avisados.
-Perdone señor Maestro, - le dijo, temeroso, el tipo que consumía sangre de los volúmenes cinco a nueve de esta divertida colección e invitado especial de la no menos divertida miniserie suya que precedió al especial anterior a este que tienes en tu pantalla, o en tus manos si eres una de esas admiradoras locas que me consta que lo imprimen. – pero aquí nadie quiere ir.
-Tú a callar, gilipollas.
-En serio, mírenos. No somos como ellos. ¡En el sentido más físico y literal no lo somos! Recuerde por que esta gente está aquí, señor. No quieren salir a la calle porque tienen miedo.
-Pero, aunque no lo parezca, El Silencio tiene mucha razón.
-¿Qué?
-¡Si! Podemos aplastar a esas putas hormigas, tenemos poder para hacer esa mierda.
-¡Pero aquí nadie quiere aplastar a nadie!
-No joder, tú eres la excepción, que quiere comérselos.
Tras unos minutos más de discusión intrascendente que, al igual que la reproducida ahí arriba, solo serviría para seguir alargando esto sin que pasase nada como si esto además de tener superhéroes fuese un comic americano o algo, Maestro de Sangre miró a su alrededor y vio las caritas tristes y desesperadas de aquellos a quienes consideraba sus amigos y no tuvo más remedio que decir:
-Vale, está bien podéis quedaros aquí e iré yo. – Y luego matizar. – Pero a ti te odio así que tú te vienes, vampirillo hijo de puta.
Y así fue como… ¡Y así fue como comenzará una miniserie acerca de las desventuras de los dos infelices estos, tras las andanzas de El Silencio e Invierno Nuclear, si, los tipos sobre los que vinisteis a leer aquí, pero no están apareciendo mucho que digamos!

Al día siguiente, el sargento se encontraba en su oficina, muerto de sueño a pesar de los cafés. Muerto de sueño y perdido en su investigación, donde no había nada. Efectivamente aquellos dos habían estado allí, sin que nadie supiese a donde fueron después. Efectivamente durante unas pocas horas se confirmó que allí había radiación, desapareciendo esta luego. Efectivamente, había muchos latinos muertos y otros tantos heridos. Lo único que se le ocurrió fue poner vigilancia en el hospital, por si acaso. Tal vez había alguien que estaba lo suficientemente enfermo como para querer matar de verdad a esa gente y poner una bomba en e hospital.

Uno de esos agentes de vigilancia, patrullaba los pasillos. Odiaba los hospitales. En el hospital habían muerto sus dos abuelos y sus dos abuelas, su madre y un sobrino. Allí postrados, marchitándose. Así que cuando veía algo mal no lo veía negro. Lo veía blanco. Poco imaginaba que, a mediodía, podría ver morir a alguien más.
-¡Paso! – Gritaron al unísono un par de camilleros con sendas camillas.
Encima de una de ellas, este agente reconoció la destrozada cara de su mujer. Abandonó su puesto de vigilancia tan frenéticamente que chocó, cayendo ambos al suelo, con una chica preciosa que salía en ese momento de una puerta con una cortina verde por dentro. Una puerta que, él no se fijó, ponía “trabajo social”. Estaba tan histérico que, cuando se levantó, siguió corriendo, hasta alcanzar al par de camilleros, que ya volvían de urgencias. Los interrogó. Seguramente les hizo quince preguntas en cuestión de unos pocos segundos. Los camilleros trataban de recuperar el aliento. El que lo recuperó antes preguntó:
-¿Conoce a alguno de ellos?
-¡Mi mujer! ¿Qué le ha pasado?
-Verá, - Comenzó el otro camillero. – Su mujer fue atropellada. El conductor, el hombre de la otra camilla, se dio a la fuga, pero parece ser que fue atrapado dos calles más abajo por El Silencio y por un tipo que sangraba mucho.
-¿El Silencio? ¿Y no había nadie más? ¿Por qué está también destrozado el tipo? Es decir… Que se joda, pero…
-Había un tipo mirándolos fijamente, con una indumentaria algo ridícula pero… Supongo que si apareciesen aquí todos nos quedaríamos paralizados mirándolos. Y en cuanto a su estado… Ya le digo, fue atrapado por El Silencio.
La chica a la que el agente había atropellado pasaba por allí y, tras echarle una mirada no muy amable a este, se dirigió a los camilleros con una pregunta simple y llana:
-¿El Silencio?
Ambos asintieron, mientras el agente comenzaba a frotarse los brazos, como con frío, y a carraspear. Ella, por su parte, sacó su teléfono de un bolsillo y, empezando a marcar, se alejó.

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Y he aquí, por fin, el nuevo especial de El Silencio e Invierno Nuclear. Parece que empecé a conocer a estos personajes ayer, pero llevo ya veinte volúmenes, publicándose desde… Enero de 2009. Tal vez sería un día frío, como el invierno, y callado, como el silencio.
Es mi deber dedicar este especial a toda la gente que me inspira a escribir y no lo sabe, pero muy especialmente a mí mismo, a mi compañero de podcast, que me aclaró como hace uno cuando se compra gafas y a Ella. Pero sobre todo, y cuando digo sobre quiero decir por encima de todo el mundo, a la chica triste, que se merece dedicatorias aunque sea en escritos tan deprimentes como pueden llegar a ser a veces las aventuras de El Silencio e Invierno Nuclear. Luci es un plagio, chica ;)
Por último, decir que espero que os haya gustado y sigáis disfrutando y sufriendo con esta peculiar pareja tanto como yo disfruto y sufro escribiendo sobre ellos y, por supuesto, conociéndolos más a fondo.

¡Ah! ¡Se me olvidaba! Desde esta cátedra de autor tan destacada en la que me encuentro, quiero mandar un saludo especial a otro ser especial, por así llamarlo, como es Maestro de Sangre, que ayudó, además de a la realización de este volumen, a repintar mi casa en contra de mi voluntad.