domingo, 13 de noviembre de 2011

El Silencio e Invierno Nuclear, vol.28: Contraataque Parte 7; She Wants To Be Alone

Ella quiere estar sola. No. Ella necesita estar sola. Cuando todo empezó, como en el fondo sabía que algún día pasaría, solo pensó en correr. No pensó en pararlo, solo en escapar de allí. Ahora se encontraba a las afueras de la ciudad pero aquello no se iba. Quería pararlo, de verdad quería, pero pensar en toda la gente que estaba sufriendo por su culpa la ponía más nerviosa todavía. Ese era el truco, calmarse, serenarse y ver todo con perspectiva, pero la perspectiva desde allí era un montón de polvo, frío, viento y cáncer. Y todo lo estaba haciendo ella. Ni siquiera pensaba en El Silencio, su pareja desde hacía diez largos y tortuosos años. Si se parase a pensar en él llegaría a la conclusión de que solo es una víctima más de su incontrolable poder. Estaba cansada y ardiendo por dentro y pensó que, tal vez, todo aquello se iría si se dormía. Deseó dormir y no despertar jamás, pero no tenía ni siquiera sitio para hacer eso.

Caminó durante unos veinte minutos, hasta que encontró un camino por el que abandonar la carretera y adentrarse en la montaña. Dormiría en el suelo, sobre la hierba. Le dolía saber que no era la primera vez. Buscó un buen lugar, si es que el frío suelo mojado podía serlo, y se acurrucó, se quitó la máscara y la peluca y no tardó en quedarse dormida. Tuvo las peores pesadillas que había tenido jamás, soñó con los peores momentos de su vida. En casi todos salía él, y en los que no salía él salían situaciones muy parecidas a las que se estaban viviendo en la ciudad. Durante años había leído y estudiado las posibilidades de que la teoría del invierno nuclear fuese cierta y había llegado a la conclusión de que sería imposible. Claro que ninguno de los investigadores que ella había estudiado hablaba de que una sola persona sacase tal catástrofe de dentro suyo, sin necesidad de bomba atómica alguna.

Se despertó sobresaltada, sin terminar un sueño en el que recordaba a sus padres, ambos muertos de cáncer cuando ella era pequeña y se preguntaba acerca de la naturaleza de su poder. Hacía años que había dejado de preguntarse por eso y recordaba exactamente cuando. Cuando Carlos se enteró del poder que ella poseía empezó a decirle que debía dejar de preguntarse por que y preguntarse el como, es decir, no debía pensar en que la había hecho así de peligrosa y debía pensar en que hacer con ese don, como él le llamaba, que tenía. Con el tiempo había acabado por aceptar el hecho de que jamás averiguaría el origen de estas habilidades, pero ahora acababa de darse cuenta de que la única oportunidad que tal vez tenía de parar eso era aprender más sobre si misma. Decidió que tenía que ir a la casa que la vio nacer, deshabitada ahora pero de su propiedad, y rebuscar entre cualquier documento que allí pudiera haber.
Se puso en camino dejando tras de si la máscara, que por alguna extraña razón no creía necesitar, y la peluca verde. No quería ser reconocida y, después de todo, aquello de la identidad secreta había sido útil siempre para escabullirse después de, como diría El Silencio, parar a los malos. Pues bien, ahora la mala era ella, o al menos se sentía así e iba a pararse a si misma, si podía.

No tardó demasiado en llegar a la carretera general de la ciudad, que llevaba el nombre de aquella escritora que le había apasionado tanto cuando no tenía cosas tan importantes de las que ocuparse. Cuanto más se iba adentrando en la ciudad más contemblaba la desolación que había causada. El clima estaba igual que cuando corrió intentando huir de si misma, pero no había tanta gente por la calle. Los pocos que quedaban caminaban tosiendo y tambaleándose sin saber muy bien a donde ir. Ella no, de hecho de no ser por el calor que la abrasaba por dentro y por la inabarcable sensación de culpa que la embargaba, se encontraría físicamente perfecta.
Alguna gente empezó a mirarla de forma curiosa, viendo que no tosía ni se encontraba tan mal como ellos. Ella pensó en imitarles pero llegó a la conclusión de que le saldría mal y prefirió no hacerlo.

Tras andar hasta aquella horrible plaza y torcer a la derecha llegó a la casa donde había sido criada... hasta que su familia empezó a morirse. No tenía la llave, no sabría como entrar en la vivienda, pero ya se le ocurriría algo. Alguien estaba saliendo del edificio cuando ella se acercó a la puerta y así pudo entrar. Tenía miedo de llegar arriba y de lo que pudiese encontrar, si es que conseguía entrar en la vivienda, así que subió por las escaleras.
Cuando llegó por fin a ese cuarto piso donde había pasado veinte años de su vida se sorprendió al ver allí a Carlos, El Silencio, y a Maestro de Sangre.
-Te buscábamos y decidimos venir aquí. Acertamos. - Dijo Maestro de Sangre, con una gravedad inusual en su tono de voz.
-Carlos... ¿Estás bien?
-No. - Dijo él mientras utilizaba su poder para hacer saltar los goznes de la puerta. - Entremos.