miércoles, 27 de mayo de 2009

El Silencio e Invierno Nuclear, vol.7: Sangre, Parte 2, El Mediodía

Ella salió corriendo tras aquel tipo. Se alejaban del pueblo. Corrían y corrían. Sabía que no podría aguantar mucho más, sus pulmones ardían y su velocidad se iba reduciendo. La de aquel hombre también. Le llevaba bastante ventaja, pero en unos minutos tendría que parar. Podría hacer algo para pararlo, pero era obvio que estaba enfermo de alguna forma y que lloraba. Cada vez lo tenía más claro, aquel hombre lloraba. Era una mujer curiosa. ¿Por qué lloraba? Aquel bocadillo no podía ser tan malo como para que a un hombre adulto se le saltasen las lágrimas. Aceleró. Miró al suelo y aceleró; tenía que alcanzarlo. Escuchó gritar a aquel tipo. Miró al frente y lo vio venir a toda velocidad hacia ella al tiempo que parecía levitar. Se tiró a un lado a unos instantes de chocar.
-Vale, bien, cuéntanos. – él estaba tras ella, había sido cosa suya.
El hombre permanecía tirado en el suelo, murmurando algo. Ella se colocó en cuclillas delante suya y dijo con voz tranquilizadora, intentando recuperar el aliento:
-No vamos a hacerte daño, solo queremos hablar…
-¡No quiero hablar!
-Será mejor para ti que nos cuentes que ostia pasa aquí, amigo. – dijo él con un tono ronco.
Aquel hombre lo miró. Fijamente. Había un odio visceral en sus ojos. Tras unos segundos habló:
-Cállate… No comprendes… el hambre… No comprendes lo que soy…
-No, pero comprendo el tener el poder de hacer daño a mucha gente y contenerme.
Ella los miró a ambos. No sabía, o no quería saber, de que estaban hablando exactamente. Empezaba a tener miedo de lo que ambos podrían hacerse. Se levantó y, poniendo su mano en el hombro de su pareja susurró:
-No va a decir nada, venga, vamos.
Aquel hombre se levantó lentamente. Parecía que intentaba retroceder, pero no podía. Algo lo empujaba hacia ellos aunque intentaba resistirse. Probablemente había sido el esfuerzo lo que había hecho que sus ojos estuviesen, efectivamente, rojos y llorosos. Con esos doloridos ojos los recorrió a ambos varias veces hasta que se atrevió a decir:
-Ahora lo entiendo… Vosotros sois… sois ellos, ¿verdad?
Eran ellos. Claro que eran ellos. ¿Por qué sino, corriendo como estaba, iba a salir prácticamente volando disparado hacia atrás? El hambre era enorme, no pensó. Juraría que no pensó; tan solo se abalanzó sobre ella con un rugido que desgarraba sus cuerdas vocales. Cada milésima de segundo veía su yugular más cerca. Más cerca. Más cerca. Más cerca. Ya estaba ahí… De repente vino el dolor. Enorme y por treinta y dos sitios. Para cuando chocó con el perfumado cuello de ella no pudo morder. Sus dientes acababan de ser brutalmente arrancados simultáneamente de repente por una fuerza intangible. Si, definitivamente eran ellos, o al menos él lo era.
-Buf… -suspiró él.
El desdentado y ella se quedaron paralizados, una acariciándose compulsivamente el cuello, el otro espatarrado en el suelo. En cambio él se arrodilló y abrió el maletín que traía, se quitó la gabardina solo para acoplarle mediante una cremallera en los cuellos una capucha que sacó del maletín. Se abrochó hasta el cuello y extrajo también una máscara de plata, y se la puso. Le entregó a ella una máscara anti radiación recortada solo para cubrir la boca y la nariz y una peluca verde. Una vez “uniformados”, él acercó su cara repentinamente hacia la de aquel hombre sin dientes, que se estremeció. Tras permanecer en cuclillas con las caras pegadas, se incorporó, la miró y le dijo:
-Lo de la plata era para los hombres lobo, ¿no? ¿Qué hacemos?

1 comentario:

  1. Hehehe como mola, las cosas se vuelven más interesantes. Sigue así pequeña marmota!

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