sábado, 20 de junio de 2009

El Silencio e Invierno Nuclear, vol.8: Sangre, Parte 3, La Tarde

Él daba vueltas nervioso, como un león enjaulado en una cárcel invisible. Tenían un gran, gran problema. Habían atado a aquel individuo, que se había desmayado, al parecer por la impresión.
-¡Ha visto nuestras caras, joder!
Ella no sabía como responder. Era cierto. Él tenía toda la razón. Creía que iba a llorar… pero solo lo creía.
-Vale, despierta de una vez. – Explotó él, agachándose y abofeteando a aquel ser desdentado, que abrió los ojos y levantó la vista, intentando decir algo.
Él estaba a punto de quitarse la máscara para comer las uñas mientras aquel tipo atado intentaba explicarse, sin dientes. Decía que daba igual que los hubiera visto, que no los conocía.
-Dos extraños rondando por una puta aldea de quince casas… ¡todos nos habrán visto!
-Solo aquel camarero.
-¿Qué? – Dijo con un tono bastante amenazante, girándose hacia ella.
-Digo que solo nos ha visto el camarero.
Él se paró y tomó aire. Casi un minuto después lo expulsó diciendo:
-Son solo dos, habría que hacerlos callar…
-Estamos para proteger. – Interrumpió ella con voz firme.
Cogió al hombre atado y empezó a arrastrarlo hacia el bar, tras hacerle un gesto para que lo siguiese. A mitad de camino se paró y, tosiendo ligeramente, dijo:
-Niña… dueles. ¿Estás bien?
-Solo un poco nerviosa… no es nada.
Llegaron y entraron al bar. El camarero no pareció sorprenderse de ver entrar a tan extraña comitiva. Él, en un gesto de arrogancia, arrojó al desdentado encima de la barra y lo señaló con aires interrogantes. El camarero preguntó:
-¿Quién es este tipo?
-Es el asesino que ha estado rondando este lugar. – Respondió ella.
-Ya veo… Nos encargaremos de él. ¡Ah, por cierto! No os conozco, pero aunque os conociese, vuestro secreto está a salvo aquí, gracias por todo.
Ambos asintieron, intentando creer a aquel hombre.
-Llamaré a las autoridades y… ¡Debería enseñaros algo! ¡Seguidme!
El camarero salió de la barra y se dirigió hacia el exterior; se colocó en una esquina del aparcamiento. Pisó una piedrecilla que había allí, lo que hizo que, tras un chasquido, se revelasen unas escaleras que se hundían en el subsuelo.
-Nunca he entrado más allá de un par de peldaños, pero tal vez os interese…
Ella dio las gracias, él se limitó a bajar. Aquello era opresivo, muy poco ancho y con mal olor. No olía como si hubiese estado mucho tiempo cerrado, sino a algo… orgánico. Muy orgánico. Cerca del final las escaleras se hacían más anchas, hasta desembocar en un pequeño pasillo que llevaba a una pequeña puerta.
-Debemos estar bajo el bar, ¿no?
-Sigues doliendo.
-Lo… siento…
-No es culpa tuya. – Dijo mientras abría la puerta.
El olor era peor allí dentro. Se fijaron en que ciertos segmentos de las paredes y del suelo tenían manchas secas, casi granates. En el centro del cuarto había un gran sofá, y en una de las esquinas varias jaulas con animales. Conejos, hamsters, ratas y un caniche. Al fondo otra puerta. Se quedaron allí parados esperando a que pasase algo, mirándolo todo con detalle; las piedras oscuras que formaban el lugar, manchadas por algo seco, los animales… Y de repente pasó. De la puerta del fondo llegó un golpe seco y la puerta se abrió. En frente a ellos había alguien con la cabeza baja, sangrando en la frente. Se diría que había abierto la pesada puerta de un cabezazo. Levantó la vista. Soltó una carcajada, y comenzó a andar hacia ellos diciendo con una voz estridente:
-¡Cuánto tiempo!

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