miércoles, 28 de enero de 2009

El Silencio e Invierno Nuclear, vol.2

-¡Radiación!

-¿Cómo dice? – Preguntó él mientras se terminaba su croissant.

-¡Digo que todos fuera cagando ostias!

Media hora después todo el edificio donde se encontraba la joyería estaba cubierto por una suerte de carpa transparente y de él entraban y salían personas con instrumental y trajes anti radiación. Él se encontraba al lado de uno de los coches patrulla con un hombre de avanzada edad, tomando notas de lo que le contaba.

-Trabajando en esto uno se acostumbra a los atracos, ¿sabe? De hecho este ha sido el tercero en dos meses.

-Por lo que hemos visto en la grabación de la cámara de seguridad no llegó a efectuarse.

-Ya bueno… Son asombrosos, ¿verdad?

-Pueden ser una amenaza.

-¿Qué? Ellos me ayudaron. Con lo que gritaba ese individuo todo el mundo que pasaba por allí pudo oírlo y nadie me ayudó, ni se dignaron a llamarles a ustedes.

-Ya ve, la gente prefiere seguir con sus aburridas e insulsas vidas a arriesgarse a llamar a la policía y ser héroes.

-Por eso mismo lo digo, no pueden ser una amenaza si me ayudaron. Nadie se lo pidió, no les di nada a cambio excepto las gracias y eso les sirvió, ¿entiende?

-Si, entiendo; pero también entiendo que esos dos hirieron gravemente a diez atracadores hace unos cinco años… Espere un momento, ¿acaba de decir que le dio las gracias? ¿Está usted diciendo que habló con ellos? – Casi balbuceó, mientras, frenético, se disponía a apuntar todos los detalles.

-Si, verá, estaba aterrorizado, entraron ahí y el ladrón se quedó petrificado de terror, de repente empezó a toser y salió corriendo, pero al salir pareció haber tropezado con el aire y se cayó de una forma muy rara, gritó algo sobre sus dedos, creo que se los rompió al caer o así.

Él se giró hacia un agente y chilló:

-¡Atención, el sospechoso puede tener varios dedos rotos!

-Bueno pues en cuanto se levantó y salió corriendo me eché a sus pies y les di las gracias, la mujer sonrió y el de la cara de plata no habló, pero en mi mente sentí que me decía que no había de que y que llamase rápido a la policía.

-¿El de la cara de plata?

-Oh si, ¿no lo sabía? Bajo esa capucha tiene el rostro plateado, o al vez sea una máscara o…

-¡Cualquier dato sobre como identificarles es crucial! ¿Por qué no lo ha dicho antes?

-Bueno… cosas de la edad supongo.

-¿Podría acompañarnos a comisaría y contárnoslo todo?

-Bueno… - suspiró el joyero mirando su negocio, ahora plastificado – no creo que aquí tenga mucha clientela hoy.

Una hora después el interrogatorio seguía:

-…otra cosa extraña que recuerdo es que en cuanto entraron la temperatura bajó considerablemente.

-Aquellos atracadores hace cinco años y hoy mismo dijeron eso acerca de la temperatura. Una cosa… ¿Había alguna planta en su joyería?

-No, ¿por qué?

-Secreto de investigación, lo siento.

El joyero miró fija y sinceramente a sus ojos y le dijo casi con un hilo de voz:

-¿Sabe qué? Espero que no les encuentre.

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