lunes, 18 de abril de 2011

El Silencio, vol.1: Preludio a Contraataque

Hasta bajar del coche no había podido empezar a reflexionar. ¿Qué iba a pasar ahora? La vio alejarse en el coche hasta que la perdió en la distancia. Solo entonces cruzó la puerta del edificio donde trabajaba. Subió corriendo por las escaleras en vez de coger el ascensor como solía hacer, ya que tenía demasiada adrenalina que gastar en ese momento. Al entrar en las oficinas, cabizbajo, se cruzó con la sempiterna máquina de café donde se reunían algunos compañeros que lo saludaron. Él se limitó a saludar levemente con la cabeza, cogerse un café y dirigirse a su oficina. No estaba de humor para remolonear. Quería acabar y quería acabar ya.

Su trabajo era realmente aburrido. Trabajar vigilando en una empresa de alarmas no es muy emocionante, ya que todo consiste en esperar a que alguien entre a robar a alguna casa, entonces se encenderían unas pantallas y vería el interior de la casa. Se vería el dolor y podría comunicarse con él. Por desgracia para él, pocas veces ocurría, por eso su otro trabajo, como él mismo le hubiera llamado, era más interesante y, sobre todo, excitante. Pero este trabajo extra se encontraba ahora destrozado. Su trabajo extra había ardido literalmente en una cueva. ¿Qué iba a pasar ahora? No dejaba de preguntárselo, mientras extrañaba su traje ahora calcinado. Recordaba como ella había cosido aquella gran capucha a una gabardina vieja y como él mismo había pasado días fundiendo una heredada bandeja de plata hasta formar una máscara con dos agujeros para los ojos. ¿Quién era él? Él era El Silencio. Era un héroe, pero ya no. Ahora solo era Carlos Caccamo, un tipo que no sabía si seguir llamando novia a la mujer con la que había compartido los últimos diez años de su vida. Era un hombre común con un trabajo común como toda esa chusma a la que había que salvar de si misma. Como la gente de la calle, como los imbéciles con los que trabajaba. Era un tipo como otro cualquiera y eso le repugnaba. Carlos estaba destinado a ser una persona importante, y durante el último año lo había sido, según él. Había sido un ídolo, un salvador. Un puto héroe, en serio.

Llevaba un rato sumido en estos pensamientos cuando uno de esos imbéciles con los que trabajaba entró en la oficina con cara amistosa y preguntó:
-Ey Carlos, ¿qué tal? ¿Has conseguido arreglarlo con Lucía?
Él se volvió, desganado, y preguntó:
-¿Por qué? ¿Acaso quiéres follártela?
-Tranquilo, solo me preocupaba por ti.
Carlos estaba a punto de abrir la boca de nuevo cuando de repente sonó una alarma. Y dos. Y tres. Y cuatro...
-Joder, ¿Qué coño pasa? - Exclamó mientras su compañero de trabajo palidecía.
Las pantallas no llegaban para mostrar todas las casas en las que habían saltado las alarmas. Se escuchaba un gran revuelo de fondo, así que ambos supusieron que en las otras oficinas también se había dado una situación similar. En todas las pantallas la misma imagen; alguien que no se molestaba en esconder su rostro encañonando a una o varias personas mientras fijaban su mirada en la cámara que los estaba grabando. La gente encañonada tenía, obviamente, rostros desencajados y de pavor. En otras ocasiones eso habría excitado a Carlos, pero aquello no era normal y lo sabía. Mientras el tipo imbécil que estaba a su lado corría hasta su propia oficina, todos los pistoleros hablaron exactamente a la vez, lo que dio un tono realmente espeluznante a la situación:
-Mirad lo que nos hacéis hacer. - Dijeron todos a la vez e ipso facto descargaron sus cargadores sobre aquella pobre gente.

Carlos no podía creerselo. Tenía que salir de ahí y tenía que salir ya. Le daba igual como pero tenía que llegar hasta ella porque de alguna forma sabía que ellos dos tenían la culpa. Había que cogerlos y había que cogerlos ya. Miró a su alrededor. Allí había una ventana y lo que iba a hacer sería mucho más seguro con su traje. Abrió la ventana y saltó pero, justo cuando estaba a punto de estrellarse contra el asfalto utilizó su misterioso poder en si mismo y salió despedido hacia arriba, para volver a usarlo después y verse despedido hacia delante, y así hasta que aterrizó golpeándose la espalda en la azotea de un edificio. Sabía que los compañeros de trabajo lo echarían en falta y empezarían a pensar cosas extrañas pero le daba igual en ese momento, tenía que llegar hasta ella. Carlos era un héroe y no dejaría que ni ella, ni un montón de locos armados le dijesen lo contrario. Era El Silencio, oculto o a plena vista, él era El Silencio.



¡Contraataque se acerca, y la vida de El Silencio e Invierno Nuclear no volverá a ser igual!

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