sábado, 22 de agosto de 2009

El Silencio e Invierno Nuclear: Especial vol. 10

El despertador sonó, así que ella se precipitó hacia la mesilla de noche para apagarlo rápidamente, pues no deseaba despertar a su pareja. Se levantó procurando no hacer ruido. Estaba desnuda, en toda su curvilínea perfección. Se desperezó y se dirigió hacia lo que se convertiría con el tiempo en un improvisado gimnasio, aunque por ahora se trataba tan solo de un cuarto vacío. Allí comenzó a intentar dar volteretas en el aire. Se cayó. Necesitaría más práctica, pero decidió ponerse a hacer flexiones. Llevaba ejercitándose de esta manera unos diez minutos cuando otro despertador sonó. Y se apagó.
-¿Qué haces? - Él se había levantado y la observaba desde el marco de la puerta.
-Pues… - Explicó, deteniéndose e incorporándose – he llegado a la conclusión de que si voy a seguir haciendo esto debo ejercitarme. Para pegar a los malos y todo eso… ya sabes.
Él suspiró y dijo:
-A ver… Tienes unos grandes poderes. ¡Úsalos! ¿Para qué necesitas esto?
-Ese es el problema, son demasiado grandes. – la cara de su pareja mostraba una expresión desconcertada – Si… Mis poderes no sirven para nada bueno, solo para hacer daño.
-Joder, haz lo que quieras, me voy a desayunar.
Ella, tras preguntar la hora, salió de aquel cuarto y se vistió con un pantalón corto y un top, dispuesta a acompañarle en su desayuno.
-Recuerda, al salir del trabajo nos vemos en la zona vieja, donde te dije. – Dijo él al tiempo que untaba una tostada de mantequilla.
Ella asintió, al tiempo que sacaba una cerveza de la nevera. Le dio un trago mientras él se bebía un café muy caliente.
-¿No tienes mucho calor como para beber eso?
Él negó con la cabeza, cuando terminó se dio una ducha y se vistió. Antes de salir por la puerta le dijo:
-¿Sabes? He estado practicando mi habilidad y me noto más poderoso, quiero decir, esto mejora con la práctica. – E inmediatamente salió.
Ahora se encontraba en un bosque. Miró hacia atrás, a la cueva de la que había salido y se encogió de hombros. Inmediatamente después se dirigió hacia su coche, que estaba aparcado por allí cerca, y se dirigió al trabajo esperando que no hubiese mucho atasco. Media hora más tarde ella atravesaría el bosque hasta llegar a la ciudad y coger un autobús hacia el hospital donde trabajaba. Odiaba ese trabajo, pero era necesario.

En otra parte de la ciudad alguien se repetía mentalmente a si mismo que debería dejar de fumar por el bien de su cáncer de pulmón. Encendió un puro haciendo acopio de su poca fuerza de voluntad y se lo llevó a la boca. Miraba unos informes que llevaban semanas dándole problemas. En la pequeña oficina en la que se encontraba entró un policía que dijo:
-Sargento, alguien quiere verlo.
-¿Quién?
-La prensa. Creo que quieren información… sobre ellos, ya sabe.
-¿Ellos? ¡A la mierda! Yo también necesito información. – Chilló arrojando los documentos, levantándose y saliendo de la oficina.
Allí le esperaban un cámara y una reportera que le puso el micrófono en la cara. Él, en cólera, se lo arrebató de las manos y, mirando a cámara estalló:
-¿Quiénes son? ¿Por qué hacen esto? ¿Cuánto tardarán en dejarme sin trabajo? Mierda, quiero saber donde están para llevarlos a la cárcel. No hay más declaraciones. ¡Largo!

Ya había llegado al trabajo y se encontraba sentado, aburrido, mirando unas pantallas. Odiaba el turno de mañana. Nunca pasaba nada. Nadie robaba por las mañanas, y su trabajo consistía esencialmente en dar parte a la policía cuando alguien entraba sin ser invitado en casas que habían contratado los servicios de la compañía para la que trabajaba. En mañanas como esta pensaba en quedarse dormido y mandarlo todo a la mierda, pero la esperanza de ver como rompía la cara de alguien contra alguna pared una vez saliese de allí le mantenían despierto, absorto, llegándole a parecer que el tiempo no transcurría.

Ella, sin embargo, estaba ardiendo por dentro. Si bien es cierto que se encontraba sentada en un cómodo sillón de un despacho bastante espacioso, estaba soportando el relato de un hombre que narraba con un tono de voz bastante indiferente como había violado a unas quince mujeres e intentado hacerlo con otras seis. El relato estaba lleno de detalles, como si el hombre se recrease en sus crímenes. Ella escuchaba, sin dejar de mirar nerviosamente el reloj que tenía sobre la mesa, y de vez en cuando hacía algún comentario.
-Fuera. – Espetó secamente cuando el reloj hubo llegado a media mañana.
Ahora le tocaba una víctima. Eso era peor. Se echaría a llorar y tendría que consolarla, teniendo cuidado de no emocionarse demasiado y no producirle un cáncer o matarla de frío sin querer. Era muy duro.

Las horas habían pasado y ambos se habían encontrado en una de las plazas que rodeaban una imponente catedral. Él llevaba un maletín y se había puesto una gabardina. Decidieron no hablar de lo deprimentes que habían sido sus respectivas jornadas de trabajo. En vez de eso miraron alrededor. Era hora de comer, no había nadie por allí. Él abrió el maletín y extrajo una capucha que, gracias a una cremallera, se adaptó al cuello interior de su gabardina. También sacó una máscara de plata sin más rasgos que dos agujeros para los ojos y se la colocó. A ella le entregó una gran peluca de pelo verde y liso y lo que parecía una máscara de peligro biológico con el plástico recortado, así que solo tenía tapadas boca, nariz y parte de la mandíbula.
-Vamos. – Dijo él y ambos asintieron, al tiempo que se movían a la plaza de al lado.
En dicha plaza unos cuatro hombres se encontraban alrededor de una fuente de piedra que coronaba el lugar. De repente todos ellos se cayeron dentro, al agua, golpeándose tanto con los adornos de la fuente como con el fondo. Cuando sus cabezas asomaron, esperando ver que les había pasado, se encontraron cara a cara con ellos. Uno dijo, desafiante:
-Coño, El Silencio y su chochito. ¿Qué queréis de nosotros, payasos?
Invierno Nuclear miró a los tres con una mezcla de ira y compasión por lo que les quedaba por sufrir, y dijo:
-Por ahora queremos que os vaciéis los bolsillos, camellos de mierda.
Los cuatro se echaron a reír y, cuando se dispusieron a salir de la piscina salieron volando hacia el tejado del edificio de enfrente, una vez allí parecieron ser empujados al duro suelo de piedra. Perdieron dientes, sus narices sangraban y alguno se había roto algún dedo, así que gritaban.
-Está bien, sabemos quienes sois, así que entregadnos el material o convierto esta plaza en el puto Chernobyl.
Con el estruendo y los gritos, las pocas personas que paseaban por las cercanías se acercaron a ver que ocurría, quedándose sorprendidos y, tal vez, aliviados, de lo que veían.
El Silencio e Invierno Nuclear se apresuraron a acercarse a los que sabían que eran camellos. Vieron que uno de ellos intentaba sacar algo del bolsillo, y cuando ella se agachó a su lado para apresurarse a cogérselo, sintió una punzada y un tremendo dolor en el costado. Tosió sangre y se desplomó. Una gran ráfaga de viento empezó a soplar y cenizas empezaron a acumularse en el aire. Lo que aquel desgraciado había sacado no era droga, sino una navaja, que había hundido en el cuerpo de la chica. Todos empezaron a tener frío, mucho frío. El Silencio no podía creérselo. Por un instante todo pareció detenerse para él. De repente las cabezas de los cuatro hombres se estrellaron violentamente contra la pared que tenían detrás, dejando manchas de sangre y haciéndolos caer inconscientes. Ella a su lado intentaba hablar. Intentaba detener la catástrofe. Intentaba parar el viento. Intentaba hacer retroceder la ceniza. Intentaba que las temperaturas no bajasen más. En definitiva, intentaba no hacer honor a su nombre. Él se apresuró a cogerla para llevársela de allí. Los curiosos se aproximaban cada vez más. Lo ponían nervioso. Lo ahogaban. No le dejaban pensar. Invierno Nuclear estaba perdiendo mucha sangre. Se echó a correr, al tiempo que gritaba:
-¡Apártense joder! ¡Largo! ¡Apártense! – Y cada vez que hablaba la gente de su alrededor salía despedida en todas direcciones.
La llevó a un callejón donde no había nadie. Tenía que llevarla al hospital en el acto. Destapó su boca y retiró su peluca. Ella tosió sangre.
-Socorro…
-Vale Luci… Vale… Voy a llevarte al hospital, ¿vale? Allí van a curarte y… eso.
Consiguió llevarla hacia el coche. Condujo a toda prisa hasta casi meterse en el hospital con el vehículo. Tras quitarse la gabardina y la máscara salió corriendo llamando a gritos a un médico. Inmediatamente una camilla vino a recogerla y él la siguió, hasta que traspasaron una puerta donde una enfermera lo detuvo diciendo:
-¿Qué le ha ocurrido?
-Herida de navaja, o cuchillo o… joder la han apuñalado.
-¿Tiene familia? ¿La conoce?
-Es mi novia. Soy su familia.
-Oh mierda. – Dijo la enfermera poniéndose nerviosa.
-¿Qué?
-¿Usted es Carlos?
Él asintió, dudando.
-¿Ella es Lucía? – Y sin esperar a que él contestase gritó a la gente de alrededor – Mierda, ¡gente, esa mujer es Lucía Lagos así que vamos a ayudarla pero ya!
Todo el mundo se dirigió hacia donde habían llevado a la chica herida. Antes de desaparecer, la enfermera rogó:
-Quédese aquí por favor.

En la comisaría de policía el tiempo pasaba pesadamente, hasta que un agente llamó a la puerta del sargento. Llevaba a tres detenidos que presentaban contusiones y cortes por todo el rostro. Explicó que se trataban de unos camellos de poca monta que se habían topado con El Silencio e Invierno Nuclear. Que uno de ellos, tras herir con una navaja a Invierno Nuclear se había dado a la fuga. El sargento se levantó exultante:
-¡Bien mierdecillas, a contármelo todo con pelos y señales!
Ellos estaban asustados. Muy asustados. Así lo hicieron. No tenían ganas ni de mentir sobre sus actividades ilegales. Le contaron todo. Con ayuda de la policía concluyeron que si Invierno Nuclear no era invulnerable, y no lo parecía, debía haber acudido a un hospital si no quería morir y siempre que El Silencio no tuviese conocimientos de cirugía básica. El sargento, que se había fumado un puro en cuestión de minutos emocionado como estaba, resolvió llamar al hospital y explicarle la situación al director:
-…y por eso tenemos seria evidencia de que aquella que se hace llamar Invierno Nuclear puede estar en su hospital.
-Eso sería increíble, - Habló el director del hospital al otro lado de la línea – pero no nos consta que haya entrado ningún paciente disfrazado últimamente.
-Entiendo… Pero existen muchas posibilidades de que ella se encuentre ahí…
-Comprendo, pero como usted sabrá no puedo facilitarle información de ningún paciente si no hay evidencia clara.

La voz se había corrido, tanto por el hospital como por la ciudad, y ahora empezaba a correrse por todo el país. Algunas cadenas de televisión y emisoras de radio empezaron a emitir un avance informativo asegurando que la aventurera conocida como Invierno Nuclear se encontraba en el hospital por un profundo corte y que no se conocía su estado.

-Puede entrar a verla. – Dijo una enfermera poco tiempo después.
Carlos corrió hacia el lugar que le indicaron, una pequeña habitación individual. Se acercó a la cama y vio a Lucía sonriente.
-¿Cómo estás?
-Tengo sed.
Ambos sonrieron, y él dijo:
-Joder, pensé que ese cabrón iba a matarte. Voy a salir y lo voy a hacer sufrir. Mucho.
-Quédate aquí, por favor…
Discutieron un poco. Al final se quedó. Tras un rato, y para intentar olvidarse un poco de la situación si es que esto es posible, metieron unas monedas a la televisión del lugar, que tras un chisporroteo se encendió. No podían creer lo que estaban viendo. No podía ser posible.
-Nos encontramos a las puertas del Hospital Clínico de Santiago de Compostela, donde la policía asegura que se encuentra la mujer conocida tan solo por el sobrenombre de Invierno Nuclear. La policía dice que no puede confirmar estas afirmaciones, pero aún así como pueden ver, una multitud se ha empezado a reunir en torno al centro sanitario, portando flores y pancartas con esperanzas de pronta recuperación a la que consideran la primera superheroína conocida del planeta. La policía, sin embargo, considera a Invierno Nuclear y a su compañero, conocido como El Silencio, como delincuentes buscados por la justicia tras atacar a decenas de supuestos delincuentes y criminales en el transcurso de sus acciones, que la gente aquí reunida llama heroicidades. Vamos a hablar con una de las personas aquí concentrada…
Ambos estaban con la boca abierta, hasta que él susurró:
-Mierda.
-¿Cómo lo han sabido tan rápido?
-¿Y yo que coño sé?
-Bueno… No saben que soy yo, ¿no? Es decir, para los médicos y enfermeras sigo siendo la simpática trabajadora social del centro, ¿verdad?
-Si, si. No sospechan nada.
De repente un médico entró en la habitación, haciendo que un escalofrío recorriese la espalda de ambos.
-Señor… Necesito hablar con usted en privado.
Ambos salieron de la habitación. Poco después entró una enfermera que traía un ramo de flores y, sonriendo dijo:
-Eh Luci, ¿cómo te encuentras? – Miró hacia la tele encendida y procedió a explicar – Esa gente de ahí fuera está convencida de que Invierno Nuclear está aquí, ¿no es emocionante? Han empezado a traer flores y… como no sabemos quien es ella hemos decidido repartirlas entre todas las pacientes que han llegado esta mañana. Aquí están las tuyas.
-No me gustan las flores.
-Venga, si son muy bonitas, mira.
Estuvo a punto de sufrir un ataque de pánico. Si esas flores llegaban a congelarse y marchitarse de repente iban a saber quien era ella en realidad.
-¡Que no quiero flores joder!
-Está bien, está bien… ¿Puedo hacerte algunas preguntas o vuelvo más tarde?
Lucía se encogió de hombros y trató de incorporarse un poco, lo que hizo que le doliese la herida. Tras hacer que aquella mujer se llevase las flores se dispuso a hablar con ella.

En otra parte del hospital, aquél doctor sacaba un bloc de notas diciendo:
-Y bien… ¿Señor…?
-Caccamo.
-¿Carlos Caccamo, verdad?
Carlos asintió, un poco incómodo.
-Verá señor Caccamo, usted ha afirmado ser la pareja sentimental de la señorita Lagos, ¿verdad? – Carlos asintió – Bien… En el transcurso de nuestra labor con su pareja hemos descubierto que presenta moratones en lugares aleatorios de su cuerpo y…
-¿Oh, joder, no me diga que va a preguntarme sobre eso? Mierda.

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Aquí finaliza el acontecimiento más importante de la década, que no es otro que la publicación de este volumen tan especial de El Silencio e Invierno Nuclear.
Estos personajes, como casi toda mi literatura, surgieron a raíz del título. Un día me levanté con la idea “El Silencio e Invierno Nuclear”; pasaban los días y dicha idea no salía de mi cabeza. Debía hacer algo con ella.
Dada mi creciente afición por los comics de superhéroes se me ocurrió que estos dos personajes podrían ser una pareja disfrazada y con poderes. Se me ocurrió también que podría tratarse como una serie regular con una publicación más o menos continuada, al estilo de dichos comics. Se me ocurrió que no sé dibujar, aunque minutos después se me ocurrió que me importaba un carajo. Tenia (y tengo) grandes ideas para estos dos personajes y quiero contarlas sea como sea.
Empecé a hacerlo y parece que entretuve a un número bastante considerable de gente, lo que me animó a seguir, hasta llegar hasta este volumen 10 que acabáis de leer, pasando por hacer dos numeritos de Maestro de Sangre, personaje que llevaba años rondando por mi cabeza sin saber cuando aparecer, hasta que vi en esta colección (si, llamémosla así) la oportunidad perfecta.
Para este volumen especial estuve barajando muchas ideas clásicas de los superhéroes de comic, como invasiones extraterrestres, problemas entre universos paralelos, enfrentamientos épicos… Pero como quiero convertir a El Silencio y a Invierno Nuclear en algo más atípico y relativamente cotidiano decidí no hacer nada de esto. Se me ocurrió… ¿qué pasa cuando alguien hiere a un héroe con poderes y debe ir al hospital? Y no solo eso… ¿y si la opinión pública se entera? Esto es lo que opté por escribir, como habéis visto, y las consecuencias se irán viendo según avance todo. No voy a venderos que esto va a cambiar el status quo de nuestros personajes, porque seguramente no sea cierto, pero si que será interesante ver como se desarrolla todo.
Por último comentaros que estoy preparando algo largo narrando la juventud de Lucía Lagos, conocida como Invierno Nuclear, y todo lo que le ocurrió para llegar a la blanca cama de hospital donde se encuentra, ya veréis; además quiero agradecer a toda esa gente que disfruta con la lectura de esto, a la personita que más me inspira para la creación de Invierno Nuclear y a Carlos Caccamo y a Lucía Lagos, por darme tan buenos ratos mientras los escribo o pienso en ellos.

4 comentarios:

  1. †~ Pѕу¢нø Cøяpѕє ~†23 de agosto de 2009, 23:31

    Tu obra habla de superhéroes, cierto, pero no dejas de lado el realismo. Y ése es un acierto.

    Por otra parte, me veo incapaz de llevar a cabo el proyecto que teníamos en mano. Intento empezar dibujando un rostro como el de Joan Benett, pero para ser sinceros, he perdido bastante destreza con el lápiz: hacía tiempo que no dibujaba y antes tampoco era demasiado buena.
    Te recomiendo que cuentes con otra persona que pueda hacerlo. Siento mucho no poder ayudarte :s

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  2. Me alegro de que te sigas pasando por aquí, y sobre todo de que te guste :)

    Es una pena... pero bueno, ya te dije que realmente eso de que se pareciese a la Bennett era un extra, si no te ves capaz da igual. Eso, si a pesar de todo te sigue interesando el proyecto avísame ;)

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  3. jolines thewriter
    saltó la sorpresa
    (para mí
    que sólo se me arriman poetas)
    no me digas que te gustan
    los superjerodes
    moi, je sui une fan
    de la wonder woman
    de la catwoman
    de tigra
    hulka
    fénix
    alias
    spiderwoman
    ghita de alizarr
    et...et!

    propuesta? puedo?
    por qué no juntas las historias en un pdf o algo así y las subes a interné, para que podamos leerlas del tirón?
    ya está la primera parte, o qué?
    va! porfi! snoopi la meterá en caliente si lo haces! garantizado!

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  4. ¿Sabes quien soy? jiji

    Cada vez me sorprende y gusta más esta pareja de superheroes,
    no me esperava que la hiriesen, me he quedado alucinada 8-O...

    Ya tengo ganas de leer el proximo, aix que emocioooon XD

    Me encanta como escribes!

    Muaks.

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